participé en el 26º seminario de formación teológica
En el marco del 26º Seminario de Formación Teológica que se realiza en Moreno, provincia de Buenos Aires, participé en la presentación del Eje «Miradas y Sensaciones».
Allí, entre otros puntos, nos propusimos pensar desde los propios pueblos cómo vemos las cosas, en tanto se trata de una forma de construir saber y conocimiento colectivamente.
Históricamente, la sabiduría antigua sufrió un gran quiebre en la modernidad cuando apareció la ciencia y se presento como la nueva verdad, indiscutible, quedando la teología como otro tipo de conocimiento, más cercano a los valores, a los fines morales o las orientaciones para a la vida humana; pero no son los que construyen conocimiento. La ciencia se ha divorciado de la religión.
Junto al teólogo Marcelo Trejo
Otro de los cuestionamientos que nos hicimos fue: ¿Quién tiene la autoridad para decir cómo es el mundo, cómo debe ser nuestro vínculo con el mundo? Es una cuestión de poder.
Si la naturaleza se rige por leyes mecánicas, entonces la voluntad de Dios, e incluso la voluntad humana está de más. La naturaleza humana queda dividida en dos: el cuerpo, que queda del lado de la naturaleza, y el alma, la subjetividad, que queda libre, autónoma.
En la antigüedad, el orden de la naturaleza explicaba también la vida social: las jerarquías, cómo ser amo o esclavo, eran una condición natural y ambos aceptaban el vínculo. De esta manera, nadie es responsable moralmente porque nadie puede pensar en liberarse de algo que está en su propia naturaleza. La misma jerarquía se asumía entre el varón y la mujer. Las virtudes tenían que ver con esa división: por un lado, la conducción, la decisión, en definitiva, todo el espacio público para el varón; mientras que la nutrición, el cuidado, la reproducción, o sea, el ámbito privado, para la mujer. Hoy aún hay mucho de esto.
Si la concepción mecanicista no explica la organización social, ¿Cómo se explica entonces que la forma de la sociedad sea como es, que haya distintos roles? Entonces aparece la idea de un pacto social, de un contrato: sujetos libres que toman la decisión de vivir juntos. En vez de estar los hombres librados a la lucha natural, a que todo se resuelva por la fuerza, deciden poner reglas, hacer pactos, reconocer derechos. Son acuerdos muy básicos y a la vez difíciles de cumplir, como por ejemplo los mandamientos. Con el tiempo, descubrieron que estos contratos “fraternos” no eran suficientes, porque eran fáciles de violar y no había como remediarlo. Entonces aparece el contrato “vertical”, con alguien que haga cumplir los pactos, en definitiva, alguien a quien con poder. Pero hay tres condiciones para el sujeto al que se le da el poder:
1 – Que cumpla la ley. Si no lo hace, hay corrupción.
2 – Que vigile que la ley se cumpla. Si no, hay anomia.
3 – Que sancione a quien no lo cumple. En caso contrario, hay impunidad.
Hay un “nosotros” que hace este acuerdo, pero también surgen grietas tremendas en esta comunidad que supuestamente nos contiene. El tema, ahora es: ¿Ese nosotros? ¿Nos contenía a todos? Las mujeres quedaban afuera. Pero no solamente las mujeres: la ciudadanía era sólo para los propietarios, por lo que los pobres quedaban fuera. Algunos le decían a los demás lo que hay que hacer, como si fuera universal y para todos, neutralizando el punto de vista propio e invisibilizando otras miradas. Así, la ciencia empieza a legitimar la exclusión social, como por ejemplo con el racismo y las ideas de la evolución social para jerarquizar las diferentes culturas y sociedades.
En esta idea de ciudadanía universal que está detrás del contrato social hay muchas cosas que están implícitas: ¿Por qué a algunos les cuesta más que a otros hacer valer sus derechos? Parte de los quiebres que se están produciendo son porque estamos estableciendo nuevos “nosotros”, lo que plantea un salto existencial enorme que es autodefinirse: no dejar que desde el poder me definan, sino un empoderamiento que empieza por la percepción de quiénes somos. Lo fundamental es que no se trata sólo de agregar más derechos al contrato vigente, sino abrirlo. ¿Quiénes se sientan a la mesa? Evitar que haya algunos que impongan su punto de vista sobre otros y aceptar la diversidad. Poder nombrar, explicar, sabiendo que hay otras formas de nombrar y de explicar. Es lo que se denomina “polifonía”. No es sólo incluir, es integrar. Redefinir los espacios
Para concluir, establecimos que el poder necesita que se lo reconozca. Los colectivos sociales tienen poder, tienen el poder de reconocer o no a la autoridad. Es importante ver cómo se organiza ese poder en un proyecto: se necesita una construcción colectiva, se necesita amasar colectivamente.