HACE 5 AÑOS AGITA DESDE EL CIELO ROJO DE LAS TRAVAS
Ilustración de Ro Ferrer sobre una fotografia de Flor Guimaraes
Por Diana Maffía
Mi vida pública comenzó tarde, y estuvo desde el comienzo hermanada a Lohana Berkins. Nos habíamos conocido a mediados de los ’90 en la Facultad de Filosofía y Letras, en un taller sobre Género y Derechos Humanos que había organizado la CHA (Comunidad Homosexual Argentina). Lohana intervino de manera muy provocativa, reclamando que se reconociera su identidad de género. En ese momento se reivindicaba mujer, luego devino su construcción de la identidad travesti como una afirmación positiva. Tuve el privilegio de asistir a esa transformación de la crisálida en mariposa a lo largo de décadas de trabajo en común.
En 1998, de manera algo inesperada para mi pertenencia hasta entonces exclusivamente académica (si bien ya hacía mucho ligada a derechos humanos y estudios de género) fui nombrada por la Legislatura como Defensora Adjunta en Derechos Humanos de la Ciudad de Buenos Aires. Era una figura nueva, de una ley reciente de la primera Legislatura en su nueva condición de Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Estuve cinco años en esa función, y una de mis primeras acciones fue convocar a Lohana para llevar adelante algunas iniciativas. Como bien lo ha contado ella en varias intervenciones y escritos, y también lo han contado otras activistas travestis muy comprometidas, la Legislatura estaba discutiendo un Código Contravencional que reemplazara los viejos edictos policiales. Una presión muy fuerte de vecinos del barrio de Palermo condujo -en una votación vergonzosa- a incluir un artículo que criminaliza la prostitución callejera.
La prostitución no es un delito. Perseguir la prostitución callejera empuja a quienes la ejercen a lugares donde serán explotadas que sí están prohibidos por la ley (prostíbulos, whiskerías, nights club, cabarets, casas de masajes, saunas y otros eufemismos). La figura contravencional sigue vigente, aunque es inconstitucional. Y el proxenetismo y la explotación siguen sin perseguirse. Lohana fue la más visible figura opuesta a esta irracional forma de vulneración de derechos, y en ese litigio fue que las travestis adquirieron visibilidad pública en su demanda al Estado.
Con su voz inconfundible, su presencia, su inteligencia política, su humor irreverente, su compromiso, Lohana Berkins comenzó a tener intervenciones, primero de denuncia y luego de reparación, que son un modelo de construcción de ciudadanía y derechos. Lo primero que hicimos en la Defensoría del Pueblo por su iniciativa fue una encuesta sobre la situación de la población travesti-trans, de la que surgía que el 96% dependía de la prostitución para poder vivir. Las políticas públicas de la Ciudad eran completamente binarias: hogares para mujeres y para varones, salas de hospital para mujeres y para varones, incluso cárcel para mujeres y para varones. La estridente presencia de las travestis denunciaba su no-lugar en el Estado. Nunca nadie había medido sus necesidades, y mucho menos enunciado sus propias demandas. De allí surgieron intervenciones como el respeto por el nombre de identidad, el regreso a la escuela para retomar estudios, las necesidades habitacionales y otras.
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