*Artículo publicado en la revista digital uruguaya Brecha el pasado 8 de marzo.
La primera vez que escuché hablar de la “ideología de género” fue en los meses previos al encuentro de Beijing de 1995. Desde el Vaticano se hacían advertencias alarmantes acerca de que allí acechaba un gran peligro, porque las feministas violentábamos la naturaleza hablando de cinco géneros. Un par de años antes, Anne Fausto-Sterling había revuelto el avispero con su artículo “The five sexes: Why male and female are not enough” (Los cinco sexos: por qué masculino y femenino no son suficientes), que introdujo en el feminismo una reflexión poderosa de gran impacto en la alianza con los movimientos por la diversidad sexual. La reflexión sobre la intersexualidad, los genitales ambiguos, los cuerpos que no son nítidamente macho o hembra desmentía la afirmación de que los cuerpos binarios forzaban géneros binarios por naturaleza, para poner del lado de la ideología la lectura misma de los cuerpos, la biología misma. El destino que la medicina reservaba a esos cuerpos, intervenciones quirúrgicas mutilantes e irreversibles en nombre de la “normalidad” incluso estética, mostraba el grado de tortura al que es capaz de someter el dogmatismo para hacer desaparecer aquello que lo desmiente.
La autoridad de la medicina y su incidencia social llevan su mandato mucho más allá de un sesgo epistémico. Al salir –como la religión– de los conventos, al confrontarse con los límites de la vida y la muerte, arrastra varios polizones ideológicos en sus concepciones sobre los cuerpos sexuados y sus destinos. Una agenda no necesariamente explícita de la ciencia, pero cuya eficacia no necesita de la intencionalidad (porque tiene enorme efecto político aunque el interés inicial de las y los científicos no haya sido ese), tiene que ver con la clasificación de los sexos y las sexualidades, las marcas de la “normalidad” y el desplazamiento de lo que queda arbitrariamente fuera de la norma. Un desplazamiento que lejos de ser descriptivo se torna punitivo, moralista y estigmatizante. Lo que queda fuera de la norma del discurso del poder, sobre todo médico y psiquiátrico, no sólo será calificado como perverso o desviado, sino que caerá en la mira de los poderes del Estado para su reforma, encierro, regulación, reconversión, cura, registro, mutilación y tortura.
Además de los criterios biológicos, filogenéticos y psiquiátricos, la “normalidad” y sus respectivos desplazamientos se han fijado por criterios morales, legales, religiosos o sociales, incluso basados en estadísticas que estipulan las medidas y aspecto “aceptables” de los genitales femeninos o masculinos.
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