Ponencia presentada en el día de hoy en el Encuentro Internacional sobre Violencia de Género, organizado por el Ministerio Público de la Defensa y el Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto de la República Argentina (10 y 11 de junio de 2010 – Facultad de Derecho – UBA).
Quisiera comenzar esta ponencia con una anécdota. A comienzos del año pasado hubo un breve conflicto en la Cámara de Diputados de la Nación. Mientras hablaba la diputada Patricia Bullrich se escuchó: “¡Callate atorranta, no vuelvas a meterte con Córdoba porque te vamos a hacer cagar!”. Fue la frase del oficialista-compañero-diputado Montoya (mezcla de Montoto y Magoya, fue mi regla mnemotécnica para recordar al ignoto diputado) que se hizo notar de la peor manera, acercándose a amenazar en voz baja a la diputada en medio de la sesión por el adelantamiento de las elecciones nacionales.
En su inmediata defensa reaccionó la diputada Fernanda Gil Lozano, denunciando el insulto y la amenaza, y pidiendo que la frase se repitiera en el micrófono. El agresor, prepotente en privado y cauteloso en público, aclaró que “sólo le había dicho atorranta a la diputada”. Una semana antes se había votado, en ese mismo recinto, la “Ley de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los Ámbitos en que Desarrollen sus Relaciones Interpersonales”. Entre esos ámbitos se encuentra, es de esperar, la propia Cámara de Diputados de la Nación. La ley (cuya reglamentación todavía no se ha publicado) contempla entre las formas de violencia sancionables la violencia simbólica.
El lenguaje puede resultar violento y discriminatorio de muchas maneras, unas obvias (como el insulto) y otras menos obvias (como el genérico masculino que nos deja fuera del lenguaje). Pero todas merecen una reflexión feminista para ejercer un efecto político sobre el lenguaje. Una política feminista sobre el lenguaje es la que incide en las relaciones de poder, la que explicita nuestra presencia en el discurso en primera persona, la que revela las trampas del lenguaje que nos enajenan de la igualdad y la justicia al transformar la igualdad en identidad y la diferencia en desigualdad.
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