Esa marea de mujeres que confluyen en distintos puntos del país, cada año, dejando todo para poder sentarse en círculo, poner en común sus experiencias, sus luchas y sus demandas en cada Encuentro Nacional de Mujeres es el sueño cumplido de un grupo de pioneras cuyos nombres se fueron perdiendo a medida que los ENM crecían en masividad y diversidad. A ese grupo, en sus historias personales y colectivas, se rescata en un libro-homenaje impulsado por Diana Maffía como un aporte fundamental para la memoria del movimiento de mujeres.
Hoy los Encuentros Nacionales de Mujeres son un huracán que arrasa cada sede. Llegan de todas partes del país para acampar lejos de sus casas, contarse secretos, desafiar todos los silencios a las que las obligaron. Son una ronda de mate interminable, son una travesura en donde los paisajes se cambian como postales y las protagonistas que se transforman en promotoras de un cambio que las acompañará de vuelta a casa. Nada es igual después de un ENM. Y mucho menos después de otro. Y otro. Los Encuentros de Mujeres son un antes y un después de la historia argentina del movimiento de mujeres.
Pero alguna vez empezaron. Exactamente entre el 23 y el 25 de mayo de 1986 en el Centro Cultural San Martín de la Ciudad de Buenos Aires. La idea de Diana Maffía, cuando todavía era legisladora porteña, fue otorgarles una mención de honor colectiva –todo un símbolo del trabajo en equipo feminista que no sólo reconoce los trabajos individuales– a la comisión promotora de esa reunión. La distinción se realizó. Las homenajeadas son muchas, pero hay que nombrarlas para que a sus nombres no se los lleve el viento y para que los nombres de mujeres pueblen la historia argentina, tan amnésica en el recuerdo de las contribuciones femeninas. Las que tiraron la rueda para que el Encuentro gire (las que figuran expresamente en la comisión organizadora) son: Delia Agüero, Katy Amar, Liliana Azaraf, Margarita Belloti, María Celia Bidon Chanal, Angela Boitano, Rosario Bussachio, Amalia Cánovas, Adriana Carrasco, Nelly Casas, Elsa Cola Arena, Nora Cortiñas, Mariana Delbúe, Ethel Susana Díaz, Lucía Fernández, Clara Fontana, Marta Fontenla, Susana Gamba, Dinora Gebennini, Aleida González, Ruth González, Lucía Guerrieri, Mirta Henault, Clelia Iscaro, Belkys Karlem, María Luz Marti, Lorena Musso, Lidia Nélida Otero, Margarita Paredes, Electra Pérez Roa, María Luján Piñeyro, Susana Pontiggia, María Dolores Robles, Beatriz Rodríguez Ivusich, María José Rouco Pérez, Esther Rudatti, Marian Saettone, Lilia Saralegui, Matilde Scaletzky, Amanda Sivori, Elena Tchalidy, Martha Villafañe, Teresa Larrea, Aída Vidal y Marta Migueletes.
Pero el reconocimiento fue más lejos y se convirtió en un libro: Mujeres pariendo historia. Cómo se gestó el Primer Encuentro Nacional de Mujeres. Reseña íntima y política de las integrantes de la Comisión Promotora, editado por Diana Maffía, Luciana Peker, Aluminé Moreno y Laura Morroni, con entrevistas de Luciana Peker, María Elisa Ruibal, Romina Ruffato y Cecilia Alemano y fotos de Salvador Batalla, en una impresión de la Legislatura porteña de la Ciudad Autónoma de la Ciudad de Buenos Aires. La presentación fue el jueves 23 de mayo en el Centro Cultural Tierra Violeta.
Diana Maffía escribe en la presentación del libro: “La marcha rumorosa de mujeres diversas deteniéndose y señalando, en cada sitio del país donde nos reunimos, los lugares inicuos donde el patriarcado muestra su ferocidad; reclamando con signos que se construyen y se sostienen colectivamente (como los pañuelos verdes) nuestros reclamos por la larga deuda con la libertad sobre nuestros cuerpos que implica la penalización del aborto, les dan a los Encuentros un corazón que palpita identidad. Pero ¿cómo surgió el primer Encuentro Nacional de Mujeres? Cuando no había todavía experiencia alguna en nuestro país con estas características plurales y abiertas, ¿qué mujeres y por qué concibieron este Encuentro a pesar de que aún no se había aplacado el miedo a la dictadura, al estado de sitio que prohibía toda reunión, cuando aún la democracia no se había sacudido la experiencia de secuestros, desapariciones, torturas y amenazas?
Y valoriza Maffía: “Conozco a esas mujeres. Ellas, que dedicaron arduas horas de discusión y de trabajo para organizarlo, me invitaron a ese esperanzado conjunto de talleres al que asistimos mil mujeres, que esperaba expandirse y crecer en una complicidad de mujeres que finalmente fue una utopía realizada. Casi nadie sabe hoy quiénes fueron ellas. No las identificamos aunque sigamos viéndolas en nuestros múltiples lugares de lucha. Por eso no les reconocemos ese origen ni les agradecemos haber salido de la inercia para dar la fuerza inicial que nos puso en marcha. Casi nadie sabe qué decían y qué soñaban entonces y qué piensan hoy de este movimiento de mujeres tan significativo en nuestra vida pública y en la defensa de nuestros derechos”.
En el texto se recopila no sólo la historia del primer Encuentro, sino cómo se llegó a él. La solicitada que se le escribió a la dictadura en 1982: “¿Mamá: qué vas a hacer en la paz?” en donde mil mujeres proponían abolir el Servicio Militar Obligatorio –entre otras cuestiones– después de encontrarse casi clandestinamente en bares para pergeñar la recolección de firmas contra una apología de la guerra de Malvinas. También la cronología de los lugares en donde las mujeres fueron viéndose las caras y haciendo causa común por el divorcio, el cupo u otros derechos como el Nucleamiento de Mujeres Políticas desde los años setenta. O la Multisectorial de la Mujer, en 1983, que juntaba a militantes de diversos espacios partidarios, pero con la misma batalla de género en común.
En ese mismo sentido, se rescata la experiencia del Primer Encuentro Feminista Latinoamericano en Bogotá, Colombia, en 1981, en donde se declaró el 25 de noviembre como Día contra la Violencia hacia las Mujeres. En 1983 tuvo lugar el Segundo Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe en Lima, Perú, que fue autofinanciado y en el que las mujeres iban en representación propia, una característica de autonomía que después se implantaría en los Encuentros de Mujeres argentinos –que a pesar de los muchos debates– nunca se dejó cooptar por la organización de los partidos políticos u otras formas de financiación u apropiación que pudieran cortarles las alas a su característica de autonomía.
Pero otro antecedente muy determinante fue un viaje que marcó a muchas de sus impulsoras y nada menos que al otro lado del mundo: la III Conferencia Mundial de la Mujer en Kenia, Nairobi, en 1985, con 15.000 mujeres de todo el mundo. Las veintidós argentinas que viajaron volvieron impactadas por los relatos de las experiencias de las asiáticas, africanas y latinoamericanas. “Fuimos al congreso de Nairobi y nos dimos cuenta de que los países que más logros tenían eran aquellos en donde las mujeres trabajaban más unidas”, dice Ethel Díaz. Nairobi representó una inspiración para la organización del Primer Encuentro y también para ideas fundamentales en la lucha de las mujeres en la Argentina como el cupo femenino en la representación parlamentaria.
El primer encuentro tuvo sus preludios. Y dio sus frutos. Pero, además, las historias en primera persona de sus pioneras generó sus sorpresas.
En el libro se recorren historias múltiples de Madres de Plaza de Mayo, familiares de desaparecidos, exiliadas, feministas, militantes políticas, médicas, periodistas, mujeres que tuvieron que relegar su lugar por la lucha de sus maridos, políticas, azafatas, gremialistas, científicas, lesbianas, abogadas y en la historia de cada una de ellas no sólo se va trazando la historia del movimiento de mujeres de la Argentina y la génesis del Encuentro de Mujeres, sino un verdadero mosaico de toda una generación ensamblada y diversa de muchachas que crecieron para pelear su emancipación en un país que les negaba una libertad que ellas conquistaron en lo personal y en lo político.
Por eso, un texto que aparecía como formal se terminó convirtiendo en un verdadero diario íntimo, amoroso y festivo, en donde las historias particulares se convirtieron en un abanico colectivo. Acá están, éstos son algunos retazos, como en los encuentros, de esos abrazos de historias que se pueden compartir, con las pioneras del Primer Encuentro de Mujeres de 1986, las que dieron el primer paso, las que merecían este homenaje.
“Nosotras lo único que queríamos era que las mujeres vinieran a escucharse entre sí. El Encuentro era contar, relatar las experiencias mutuas, conocerse unas a otras y saber que tu problema es mi problema y que de verdad lo que te pasa a vos no sólo te pasa a vos”, cuenta Lidia Otero. Lidia es una de las pioneras, una que no quería ser protagonista, sino pluralista. Por eso el logro del Primer Encuentro de Mujeres es en plural, pero también en la singularidad de cada mujer. Y en que las singularidades hagan red. Ellas, las organizadoras, además de ser valiosas en sí mismas y ser las transmisoras de la voz de un hecho histórico, también son una postal de la lucha, la independencia, la garra y los cambios en las mujeres argentinas durante el siglo XX.
Lita Boitano era una ama de casa que no salía de su casa. Y después que desaparecieron sus dos hijos se convirtió en una luchadora. Y es la presidenta de Familiares y Detenidos por Razones Políticas. Su exilio en Italia no sólo la llevó a reclamar por el juicio que condenó en Europa a los genocidas argentinos. También pudo ver las diferencias entre los abortos legales y los abortos clandestinos. Un recuerdo que, dice, será imborrable y por el que lucha tanto como por recuperar el cuerpo de sus hijos.
Martha Villafañe se retobó al mandato de ser ama de casa. No fue una tragedia la que la empujó a eso, sino su deseo. Revolucionó su hogar como primera revolución. Su mamá, María Antonia, pretendía que su hija fuera como todas: casada. Y que se dedicara a lo mismo que todas: criar hijos. Pero Martha siguió la tradición paterna y estudió medicina, aunque la universidad no era todavía un ámbito para mujeres. Pero ella no sólo consiguió el título, sino que se especializó en neurocirugía en donde fue pionera.
Nelly Casas –ya fallecida– era la mejor maestra de feminismo para todas. Escribió una biografía del ex presidente Arturo Frondizi y en la revista femenina Claudia. Todas la reconocen. También le agradecen a Elena Tchalidy que para las reuniones previas al Encuentro puso su propio estudio de trabajo –en Corrientes y Paraná– como ámbito de organización.
Pero si lo personal es político a veces lo político no pudo empezar hasta que la vida personal no tuvo un corte. Por ejemplo, Lilia Saralegui no pudo comenzar su vida política hasta que se separó de su marido y dio inicio a su propia vida y así pudo emprender el viaje a la política. Por su parte, Mariana Delbúe fue pionera en el estudio de las matemáticas y la informática, pero sin cuentas claras. Su marido no quería que trabajara por el qué dirán que hablaba mal de un hombre que no podía mantener a su mujer si ella era autónoma laboralmente.
Clara Fontana tiene tres veces más años de vida que los que tuvo su abuela que vino escapando de Ucrania, lo que demuestra cómo creció la expectativa de vida de las mujeres. Y los recuerdos de Ethel Díaz son una postal de la amplitud de la libertad en la vida de una sola mujer: ella tenía que acompañar, de chica, a su mamá a la calle, porque su papá no dejaba que su esposa saliera sola ni a la vereda, pero ella empezó a manejar su propio auto y su autonomía. Ella nació cuando la mujer recién se consideraba capaz en el Código Civil y cumplió 18 años sin poder votar. Hasta que llegó el voto. Y después del voto, Ethel llegó a ser diputada. Lilia Saralegui también logró cumplir sus objetivos y ser concejala. Ambas lucharon por el cupo, el divorcio, la patria potestad compartida, la creación de una secretaría de la mujer, que fueron las grandes conquistas del principio de la democracia. Marta Fontenla y Magui Belotti forman una pareja que redobla la apuesta de lucha contra la trata de personas y la explotación sexual en la actualidad. Y a María de Luján Piñeyro no le quisieron imponer mandatos tradicionales ya que heredó de su madre la pasión por la militancia social y política.
La mayoría tiene, ahora, entre cincuenta y ochenta años. En la intimidad, en donde muchas ejercieron su derecho o su deseo a no ser madres (como Matilde Scaletzky o Martha Villafañe) y otras criaron a sus hijas e hijos –como los/as seis que tiene Lilia Saralegui– o los tres que tiene Mariana Delbúe o el único que tiene Clara Fontana.
Muchas tuvieron hijos e hijas aun en la clandestinidad de la dictadura –como Dinora Gebannini– o sin ser reconocidas en su tarea pública y sólo con el mote de mamá. Lidia Otero tuvo que esconderse a los 24 años debajo de un pupitre de la Facultad de Filosofía y Letras para que no la llevaran los militares cuando estaba embarazada de siete meses y salvó su vida porque pasó la noche en el garaje del lugar donde era profesora. Igualmente, después estuvo seis meses desaparecida.
El grupo de la comisión organizadora del Primer Encuentro de Mujeres parece azaroso, pero en realidad se muestra como una radiografía –para nada homogénea, sino justamente como un mosaico brillantemente diverso– de la potencia colectiva de las mujeres en la Argentina desde los primeros años de la democracia hasta la actualidad. Incluso, de su gran fuerza para unirse y construir en común, a pesar de sus diferencias. Un rasgo distintivo es que después de las reuniones de trabajo, e incluso de los talleres en el Centro Cultural San Martín, se juntaban a comer unas míticas lentejas que sellaban una amistad en las que no importaban que algunas vinieran de una izquierda radicalizada y otras del partido conservador. Podían confluir, conversar, reírse, disentir y ser, por sobre todas las cosas, absolutamente solidarias, para avanzar en los derechos de las mujeres.
La enorme confluencia y posibilidad de construir en común –más alejada en estos tiempos de internas brutales y enormes polarizaciones– es un rasgo distintivo de esta generación 1986 que patentó los encuentros de mujeres que sellaron la autonomía, la financiación libre de partidos políticos, la geografía cambiante por todo el país, los talleres múltiples y el lema de que ninguna mujer es igual cuando pasa por un encuentro.
En lo individual, aun hoy, de las entrevistas, plasmadas en el libro Mujeres pariendo historia que se le realizaron a cada una de las mujeres vivas y ubicables, sobresale no solamente su lucidez y su riqueza intelectual y personal para una historia del feminismo y de la historia de las mujeres –biográfica y política– en la Argentina. También es llamativa su energía vital. Clelia Iscaro, por ejemplo, tiene 83 años. Milita activamente en el Partido Comunista Revolucionario para el que hay que trepar varios pisos por escalera para llegar a su sede céntrica, que dejan a esta cronista con la lengua afuera y ella que nos recibe con una sonrisa casi burlona. La energía es lo que le sobra. Así lo demostró en el último encuentro en Paraná. No se pierde ninguno. Y se acuerda siempre lo que le dijo una señora en Neuquén y que la marcó para siempre: “Es la primera vez en mi vida que veo el cielo y veo las estrellas y no tengo que ir a lavar los platos ni hacer las cosas de la casa”. Esa era la libertad conseguida.
Delia Agüero fue la tesorera del Primer Encuentro de Mujeres y recuerda que la autonomía, que hoy es uno de los pilares de la filosofía de los Encuentros, empezó porque no le querían pedir dinero a nadie. “Cobrábamos una inscripción a quien podía pagarla. No pedíamos donaciones ni nada por el estilo, para no mezclar las cosas y mantener la autonomía”. Dinora Gebennini, que vive en Córdoba, rescata que aunque el Encuentro nació en Buenos Aires tomó un crecimiento absolutamente federal: “Me parece que una cosa interesante es que haya podido recorrer el país”.
Elena Tchalidy tiene 82 años, es la directora de la Fundación Alicia Moreau de Justo y valora: “Había mucho entusiasmo, pero en verdad nosotras no sabíamos si íbamos a continuar o era la única vez que íbamos a hacerlo. Pero a nivel mundial fue algo que no se repitió”.
Liliana Azaraf se remonta a los orígenes de la estructura que hoy hace viajar a las mujeres de punta a punta de todo el país: “Nosotras debatimos que fuera un Encuentro y no un congreso, que los espacios de encuentro fueran no sólo los talleres sino comer, dormir, la fiesta, todo eso era como nos encontrábamos nosotras y lo rico de eso que sí lo habíamos vivido en el Encuentro Feminista de Latinoamérica y el Caribe. Y la cuestión de que no dependiera de ningún lugar del Estado, ni del partido gobernante, ni de otro partido, ni de ningún sindicato, si bien para funcionar –como ahora pedimos escuelas– pedimos el Teatro San Martín”.
Nora Cortiñas confiesa que adentro de su casa la palabra feminismo asustaba, incluso, a su marido. “Yo trataba de no decir la palabra feminismo. En los últimos años que vivió mi marido la palabra le siguió asustando porque siempre pensaba que era querer toda la independencia. Desde luego que ojalá hubiera tenido desde antes de casarme esa independencia, de haber sabido que yo tenía derechos adquiridos de género”, reflexiona después de haber aprendido muchos de sus derechos en los encuentros de mujeres.
Lita Boitano remarca: “Italia me había abierto mucho la cabeza. El aborto no era un tema específico en el Encuentro. No era fácil hablar de eso como madre de desaparecidos porque tampoco sabía cómo podían interpretarlo. Nunca me hice un aborto y me daba terror pensarlo. Pero la hipocresía de muchos, que la seguimos teniendo, siempre me molestó. En ese Primer Encuentro, se analizó la cuestión de las mujeres en la lucha, y nosotras llevamos ganas de aprender y de contar. El feminismo me enseñó a conocer mi cuerpo. No es total mi dedicación al feminismo, porque los juicios en el exterior y acá llevan mucho tiempo. Pero agradezco todo lo que me enseñaron las compañeras”.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-8036-2013-05-24.html