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comunicación social

La idea es que la mujeres podamos decidir

Comparto esta entrevista realizada por Claudia Korol y Paula Lorenzo

La filósofa feminista conversó con los micrófonos de Aprendiendo a Volar sobre los debates en torno al derecho al aborto seguro, legal y gratuito, junto con dar su punto de vista referido a cómo se está llevando esta discusión, tanto en el Congreso como en otros ámbitos.

Hay un contraste, me parece, entre el esfuerzo argumentativo de quienes estamos a favor de la legalización y el poquísimo esmero de quienes objetan la ley”, sostuvo la referente de género.

En charla con Claudia Korol y Paula Lorenzo, Maffía, sostuvo que “la idea es que la mujeres podamos decidir”, donde se entrelaza el concepto de la libertad de abortar, donde el Estado no debe poner obstáculos para ejercer este derecho y garantizar su accesibilidad.

La entrevista en Radio Cut:

Que hay detras de la pollerita demasiado corta?

Comparto con ustedes esta nota de Paula Giménez sobre feminismo y violencia de género publicada en el diario La Nación.

Qué hay detrás de «tenía la pollerita demasiado corta»

 
21 de marzo de 2018 

Mariela tenía 17 años cuando seis varones la drogaron en una fiesta y abusaron de ella. Mariela ahora tiene 24 y sigue igual de angustiada por lo que pasó. Hay noches en las que no puede dormir porque se acuerda de todo. Hay ratos en el día en los que se nubla y tiene que frenar lo que está haciendo para poder resolverlo en su cabeza y seguir. No llora, no expresa su dolor, simplemente existe en esa oscuridad.

«¿Y por qué no denunció antes?». En su momento Mariela quiso contárselo a sus amigas pero tuvo mala suerte, ellas no le creyeron, entonces recurrió a su terapeuta y también le contó. Mala suerte otra vez: le echó la culpa: «No deberías haber tomado esa cerveza», le dijo. Después de esos intentos, Mariela decidió no hablar nunca más del tema. Eligió resolverlo así, negándolo. Estuvo seis años callada, pasándola mal, frisando su vida social, teniendo ataques de tristeza y de angustia aleatorios, intentando rearmar su vida y su sexualidad. Mariela anduvo perdida hasta que se dio cuenta de algo: la culpa no era de ella.

Yo la conocí porque me contactó hace algunos meses y cuando me contó su historia me di cuenta de que lo que le había pasado no había sido por «mala suerte», sino que hay una sociedad que aún hoy, ante todo, culpabiliza a las víctimas. Pero, ¿por qué? ¿Qué gira en el aire que a las cuatro personas que le consultó Mariela, las cuatro la hicieron responsable de una violación grupal?

La violencia de la excusa

Cuando propuse la nota charlamos con la editora porque, la realidad, es que es un tema muy ABC. El feminismo repite (a veces no tan) incansablemente que esta sociedad le enseña a las chicas a cuidarse pero no a los hombres a no violentarnos, pero aún así el discurso de la pollerita corta está presente en cada situación de acoso o abuso, ya sea en forma de terapeuta irresponsable y peligrosa, como título en un diario o como comentario debajo de una nota.

Para entender por qué continúa vigente ese mito de las mujeres culpables de los tipos violentos, no hay mejor persona que la filósofa y feminista Diana Maffia, a la cual consulté por este tema para que intentemos explicar de manera desenredada y clara por qué pensar cómo iba vestida en una situación de abuso, es violencia.

"No más silencio", decía un cartel en una de las marchas contra Trump en Nueva York
«No más silencio», decía un cartel en una de las marchas contra Trump en Nueva York Crédito: Shutterstock

«El estereotipo de la sexualidad masculina es que es irrefrenable, que no es selectiva. Por eso los varones se verán compelidos a no dejar pasar ninguna oportunidad y serán burlados por los demás varones si lo hacen», sostiene Diana. Es que es cierto, a los hombres se los cría bajo esa premisa, ellos no «pueden» (ni deben) controlarse, la mujer, misteriosa y engatusadora, los hechiza y ellos caen en la tentación de nuestra red de seducción. Aunque no los estemos seduciendo. Aunque no siquiera sepamos que existen.

«Las mujeres son divididas entre las que son de un varón (en sentido patrimonial de propiedad, ´su´ mujer) y las que pertenecen al colectivo de todos los varones (los cuerpos apropiables, a cambio de dinero o por la fuerza, cualquier varón puede hacer con esa mujer lo que quiera). Para que eso no ocurra, la mujer debe dar un claro signo de ´recato´, de no disponibilidad, en la vestimenta, en los lugares que frecuenta, en los horarios, etc», dice Maffia.

Por otro lado, la abogada feminista Cinthia Amedei sostiene que antes era más fácil no creerle a la mujer, «es que siempre fuimos caracterizadas como seres irracionales, naturalmente seductoras e indecisas, incapaces de tomar una decisión. Todas características que le fueron atribuidas arbitrariamente. En los abusos sufridos se juega el ideal de la mujer pública y privada y los estereotipos que rondan a la mujer en lo particular; si estás en una fiesta vestida provocativa, sos pública, vos te lo buscaste, que hacías tan tarde y sola (no importa si eran 20 amigas, estás sola si no te acompaña un hombre)».

¿Cuánto debe medir el escote? ¿Cuál es la ropa apropiada para salir a la calle siendo mujer? ¿Existe una moral patriarcal para estos conflictos? Para el periodista y activista Lucas Fauno Gutiérrez, sí. «No se agrede porque hay una pollera. Se abusa y acosa porque hay un agresor que se siente contenido por un sistema machista que lo cubre. Responsabilizar a la víctima es lo que resguarda esa ´moral´ que construye el patriarcado y protege a los agresores».

Los dueños de la vía pública

«¿Se acuerdan cuando éramos chicas que si venía un pibe a sacarnos a bailar en vez de decirle que no queríamos le decíamos que teníamos novio para que no insista porque ya de chiquitas sabíamos que iban a respetar más a un varón inexistente que a nuestro propio deseo?», dice un tuit de Clara, una amiga. Dicha pregunta escaló a niveles altísimos y ya tiene más de 40 mil me gusta. ¿Por qué será? Y sí, por empatía. Porque todas hicimos eso, todas fingimos «tener dueño» para que nos dejen en paz porque nuestra negativa no le era suficiente a ningún hombre.

«Si la mujer se arriesga en un ámbito público, si usa una vestimenta considerada ´provocativa´ (porque rompe la regla del recato obligatorio), si está en un espacio de diversión sin ningún varón que sea su ´dueño´, si habla con un varón que no es su propietario, todos estos signos serán leídos como disponibilidad para la depredación», responde Diana y agrega: «Los varones no deben trabajar en controlar su sexualidad, como tampoco controlan la reproducción. Somos las mujeres las responsables de ambas cosas, o seremos criminalizadas».

De 1999 hasta hoy pasaron sólo 19 años. Hasta ese momento, la figura de violación en el código penal sólo valía si se trataba de una «mujer honesta». O sea, si era prostituta no podía ser violada porque su voluntad e integridad no importaba.

«Ahí se ve claramente la dicotomía entre mujer pública y privada, la mujer que merece respeto y a la que no, la mujer como objeto sexual y reproductivo. Se crea una disociación entre ambas facetas, que lo único que conlleva es el cuestionamiento a la mujer pero nunca al hombre que, por ejemplo, consume prostitución. Ellos sí gozan de una doble moral que las mujeres no, porque el sistema las puso en una posición de inferioridad donde no pueden decidir pero si ser objeto de decisión», sostiene Amedei.

Si bien estas posturas suenan y parecen vetustas, mientras escribía la nota que leen, un famoso diseñador de moda tiró al aire «cuiden a sus hijas, después si caminan a las tres de la mañana solas por la calle y vuelven todas violadas no se quejen». Frase que marca de manera clara cómo los hombres son aún dueños de la vía pública. Es el lugar en donde demuestran y perpetúan su poder.

Estos discursos perversos de culpar a quien fue abusada tienen, además, un lado muy oscuro y funcional a este sistema y se ocupan muy bien de que las víctimas no acusen ni denuncien por miedo a ser señaladas. Gutiérrez sostiene que «esa moral machista les sirve mucho porque lo que hace es que ni siquiera puedas enunciar lo sucedido porque tenés la cabeza tan quemada por esta moral impuesta y naturalizada que te impide poder hacerlo».

Un estudio hecho por el Instituto de Género y Promoción de la Igualdad por encargo de la Defensoría del Pueblo de Córdoba asegura que más del 50 por ciento de 400 hombres mayores de edad, considera que la manera de vestir de las mujeres es uno de los factores que motiva el acoso que sufrimos a diario en la vía pública.

Por otro lado, pero sumando al mismo argumento, el especialista en género y médico psiquiatra Enrique Stola, sostiene que «los hombres han organizado el espacio público. Siempre dictaron el cómo y el cuando las mujeres debían transitar. La lucha de las feministas obligó a cambios, con gran mejoría para todas y esperables reacomodamientos en el ejercicio de la dominación para ellos. En el imaginario social todavía subsisten los modos en que las mujeres deben circular y muchísimos varones, diariamente y a través de los medios de comunicación, tratan de recordárselos, sosteniendo así la misoginia y la dominación masculina tras la máscara del cuidado de los cuerpos femeninos».

Así como asegura Gutierrez, Stola refuerza la idea de «moral patriarcal» y propiedad: «Ellos suponen que toda mujer acompañada por un hombre ´tiene macho´ y debe ser respetada pues ya es propiedad privada. En cambio, la que va sola o en grupo de mujeres ´seguro está buscando levantar macho´ y es pasible de ser apropiada, sobre todo si evalúan que es una mujer libre y que no cumple con las pautas morales que ellos imponen en su estrecha mirada. Cuando una mujer es violada por un hombre o grupo de ellos, rápidamente se analiza la vida de ella, su participación en redes sociales y el cumplimiento de las normas que los machos ´buenos´ sostienen como efectivas para evitar la agresión de los machos ´malos´».

El «no» es universal

En 2009 Naciones Unidas organizó una campaña internacional protagonizada por Nicole Kidman y dio la vuelta al mundo. Casi diez años después el «no es no» vuelve a estar presente en las masivas marchas y en las redes sociales, aunque con una forma más contundente y otro significado. La campaña de Nicole nos contaba que «no» lo podemos decir en cualquier idioma, que no importa en qué país estés o seas, una violación es una violación. Hoy, el concepto cambió. Hoy el «no es no» también habla de estar en la cama con alguien y cambiar de idea, de no querer chapar con alguien en el boliche y que no te molesten, ni bailar, ni hablar, poder decirlo y que sea respetado.

El «no es no» habla de imponer nuestro derecho a decidir, a asegurarnos a nosotras y al mundo que nuestro cuerpo es, así como suena, nuestro. Que el propio deseo es, así como se lee: propio, y que nadie puede arrebatarnos dicha autonomía, vistamos como nos vistamos.

Si bien el foco en la víctima ya es un argumento fácil de rebatir, aún queda mucho por hacer. Desde este tipo de notas en medios masivos hasta muestras de arte dedicadas al tema. «What Were You Wearing?» («¿Qué llevabas puesto?») es una exposición que se realizó en la Universidad de Kansas y pretendió concienciar por qué es incorrecto que una mujer tenga más o menos posibilidades de ser violada según la ropa que lleve puesta. La exposición estaba compuesta por 18 historias reales de 18 mujeres que habían sido abusadas.

«Gracias al feminismo, se ha logrado deconstruir ciertas posturas e ideales que afectan a la sociedad. Cada vez más somos las mujeres que no callamos, que nos imponemos y que luchamos contra la violencia en todas sus formas, cuestionando la naturalización de la violencia sexista existente y concientizando a la sociedad», indica esperanzada Cintia Amadei.

«El cumplimiento de la Educación Sexual Integral es uno de los instrumentos para producir cambios. Las niñas y niños tendrían mayor conciencia acerca de sus cuerpos y de lo que es una conducta respetuosa en una sociedad democrática. Enseñar que los hombres no somos los dueños de los cuerpos de mujeres y colectivo LGTBIQ es una decisión política que hasta el momento casi ningún gobierno en el mundo decidió concretar», agrega Stola que también le sugiere a los hombres estudiar sobre género y feminismo para no cometer más errores, tanto en este tipo de discursos como en esperar que las mujeres, les «enseñen» sobre cómo deben comportarse.

Me acuerdo que cuando tenía 15 o 16 años, me encontré muchísimas veces en situaciones en las cuales no quería estar pero por haber dicho que sí al principio me la tenía que bancar. De no poder irme de la casa de un chico si ya había entrado, de no poder decirle que no quería tener relaciones sexuales si ya le había dado un beso. Durante la última y multitudinaria marcha del 8M, vi a cientos de adolescentes que en en su cuerpo tenían escrita la frase «No es no». Menos mal. Hoy esas chicas la tienen más clara. Hoy esas chicas son más libres.

Línea 137 de Atención a las víctimas de violencia familiar y sexual atiende las 24 horas los 365 días del año en CABA.

Dialogo sobre feminismos con El Popular de Olavarria

Comparto con ustedes la entrevista completa publicada por el diario El Popular (Olavarría).

19.03 | Columnistas ENTREVISTA. La filósofa Diana Maffia plantea que «la crueldad tiene otras manifestaciones que la violencia visible»

«El género de las personas va a dejar de figurar en los documentos de identidad»

Los géneros y su insignificancia. Las luchas feministas a través de los tiempos. Una mirada amplia y profunda de la doctora en filosofía Diana Maffia. En diálogo con EL POPULAR habló del aprovechamiento de los oportunismos políticos, de cara a la igualdad.

Por Claudia Rafael – crafael@elpopular.com.ar

Diana Maffia es doctora en Filosofía, directora del Observatorio de Género en la Justicia del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires, y tiene décadas de luchas feministas tatuadas en la piel. Habla de aprovechar los oportunismos políticos y, de cara al futuro, de la insignificancia que tendrán los géneros en la documentación y en las cuestiones identitarias. Analiza este tiempo como «de transición» y asegura que le resulta deslumbrante.

-Como etapa histórica ¿es posible hacer una lectura del impacto que el movimiento feminista actual puede tener a futuro?

-El feminismo, después de décadas de haber tenido menos sensibilidad, recuperó la capacidad de unir los reclamos de género con otro tipo de reclamos. Como los vinculados a las cuestiones de clase, de etnia, de medioambiente. Es decir, pensar de manera más compleja la diversidad de las mujeres. El feminismo de nuestro siglo tiene el impacto de muchos movimientos sociales. El feminismo del siglo XIX tenía un mayor compromiso con el movimiento obrero de su época y más allá de decir «nosotras queremos estar en este mundo público» se trataba de criticar a este mundo público que era hostil para todas las mujeres pero también para muchos varones.

-Cuando mencionabas el entrecruce con otro tipo de luchas, siempre hay debates pendientes como el modo de entrecruzar las cuestiones de género y las de clase. Y analizar cómo se vivió todo esto al interior de los movimientos de izquierda de los años 70…

-Creo que hay más conciencia. Porque mujeres que fueron activistas dentro de los movimientos de izquierda -e incluso dentro de los movimientos armados- que han sido encarceladas, que han estado en situaciones de tortura, pudieron elaborar sus experiencias dentro de esas agrupaciones donde había también manifestaciones sexistas, misóginas y de desigualdad. Pero creo que, además, es muy interesante evaluar las condiciones de violencia sexual dentro de las situaciones de encierro y tortura. Comprenderlo como algo distinto de aquello que se había considerado en general bajo la descripción de tortura. Pensemos que cuando fue el juicio a las juntas en los 80, a las mujeres no se les permitía hacer públicas las situaciones de violencia sexual, de violación y de otras formas de violencia y abuso sexual que quizás hasta ni eran visibles.

-Es decir, la feminidad puertas adentro de un centro clandestino comportaba otros aditamentos…

-Claro. Todo lo que significaba la feminidad en esa situación de encierro y bajo tutelas de los torturadores. Más la cuestión de que muchas veces la violación era el modo de disciplinamiento a los varones. Era apelar al sentido de propiedad de un varón sobre el cuerpo de una mujer diciéndole «mirá lo que hacemos con tu mujer». Y que ese varón reaccionara con ese mismo sentido de propiedad. Es decir, que también ahí se jugaban aspectos del patriarcado. Que tuvieron que ser deconstruidos de una manera cuidadosa. Porque cualquier palabra de crítica abonaba el prejuicio y la violencia simbólica y social de los gobiernos autoritarios sobre lo que eran esas agrupaciones.

-Con una fidelidad que protegía los silencios y sabemos bien el impacto y el sentido de los silencios…

-Exactamente. Entonces, cuando pensamos en el aprendizaje que significó poder hacer esas evaluaciones, procesar esas experiencias, pensarlas como algo colectivo y no meramente individual, implica un proceso de reconstrucción de la memoria. Recién desde los juicios por la verdad comienza a verse la violencia sexual como un delito específico. Mientras que lo que se decía antes era: «esto es parte de la vida privada, no les vamos a exponer su intimidad en un juicio por lo tanto, de eso no se habla». Tuvieron que pasar 30 años para que de eso se hablara. Y fijate que la pena por violación y por abuso sexual es mayor que la pena por torturas. Sin embargo, se la subordinaba a la condición de tortura que era una condición común a varones y mujeres, a presos y presas para silenciar la especificidad de determinadas experiencias que atravesaron las mujeres por su condición de mujeres. Hubo varones violados también pero el tipo de violencia específica dirigida a las mujeres era utilizada para debilitar a los compañeros, para debilitar a los varones. Ahí hay un proceso que muestra que en la evolución en el análisis de las condiciones de género se ha resignado muchísimo. Es muy interesante ver investigaciones sobre feministas en los 70 y el conflicto que tenían al interior de las organizaciones, que muchas veces eran misóginas, y no eran receptivas a cuestiones de género y a las demandas feministas. Hubo muchas mujeres que abandonaron las organizaciones para poder destinar tiempo a la militancia feminista.

-¿Creés que en algunos casos eran incompatibles…?

-No sólo entonces. Te diría que jóvenes militantes que empezaron a participar con la crisis del 2001 y entraron a la política con esa experiencia de politización social defensiva frente a la crisis, también impugnaron esos movimientos diciendo «yo no voy a estar más, allí donde los líderes creen que tienen privilegios sobre los cuerpos de las chicas feministas». Todavía existen ese tipo de prerrogativas difíciles de desarmar.

-¿De qué maneras calificarías al movimiento feminista según las épocas?

-Podemos pensar como parte importante del movimiento a las sufragistas, que reclamaban los derechos políticos para las mujeres a fines del siglo XIX y principios del XX. Y esto, mucho antes del voto. Mujeres que, en muchos casos, impugnaron que el voto se consiguiera en condiciones de oportunismo político. Como ahora se está impugnando que el aborto sea discutido en esas condiciones. Pero todas las igualdades que fuimos consiguiendo fueron en contexto de oportunismo político. La cuestión es estar allí, con algo preparado en el momento, para después transformarlo en herramienta para cambiar la vida de las mujeres. Porque el voto, el cupo, la paridad, el aborto, el matrimonio igualitario… todos fueron en el medio de oportunismos políticos. Creo que otra parte importante tiene que ver con la condición de trabajadoras. Otro movimiento tuvo que ver con acceder a los niveles superiores de estudio. Pero hay una cuestión clave que tiene que ver con la visibilización de la palabra que se transforma en pública. Que fue algo construido.

-¿Cómo fluyeron esas improntas en tiempos de dictadura?

-La resistencia en la dictadura también fue importante y no pasaba sólo por la resistencia política partidaria. O incluso en las organizaciones armadas estaba el debate sobre pertenecer o no. Que tuvo para las mujeres -que, además, cargaban con los hijos y con la reproducción- el conflicto entre tener que estar escondiéndose, escapando y a la vez cuidándose. Ese aspecto tomaba a las mujeres en una vulnerabilidad muchísimo mayor y fue discutido. Y ya después de la dictadura fue usar al congreso como plataforma para obtener derechos. Creo que, en parte, las cuestiones que tienen que ver con el aborto, los derechos sexuales y reproductivos, la anticoncepción, las políticas sexuales, han atravesado estas décadas y se ha logrado a cuentagotas incidir en los programas estatales. Pero además, fue comenzar a repensar la feminidad en presencia de cuerpos que no están alineados con sus identidades, con sus prácticas sexuales, con sus expresiones de género. Esta deconstrucción fue muy fuerte a partir de los años 90 y el feminismo participó intensamente en esa discusión. Y luego creo ya más recientemente está la doble participación de las mujeres en otros movimientos emancipatorios pero con la exigencia de reconocerse antipatriarcales, de reconocer las relaciones de poder basadas en el género como parte de las relaciones de poder con las que los movimientos se tienen que comprometer.

-¿Es un salto cualitativo de estos tiempos el tema del cuerpo como territorio no apropiable?

-Creo que el cuerpo siempre fue una preocupación para las mujeres porque es el lugar donde radican las diferencias. El cuerpo que menstrua, el cuerpo que gesta, el cuerpo que pare, el cuerpo al que le pasan cosas que a los varones no. En las sociedades conservadoras se nos pretende atar a una condición de naturalidad. Es un cuerpo no politizado porque gesta y procrea naturalmente. Entonces nos ata a funciones que son, no ya desde lo biológico, reproductivas sociales, reproductivas de la fuerza de trabajo, a través de las tareas domésticas. Los cuerpos han sido resignificados, sobre todo en términos de identidad. Los cuerpos se piensan de otra manera.

-¿Qué creés que va a significar de aquí a 100 ó 200 años esta época? Sin intentar futurología…

-No, no se trata de futurología. Vos pensá que yo soy de mediados del siglo pasado. Vengo trayendo utopías viejas. Tengo 64. Mi tiempo futuro es mucho menor que mi tiempo pasado. Me resulta difícil pensarlo. Porque cuando comparto espacios con feministas jóvenes veo las diferencias de lenguaje. Del modo de poner el cuerpo en lo público. De la diferente performatividad de muchas protestas. Sus modos de asumir riesgos con el cuerpo. Hay muchas diferencias en el modo en que nos manifestamos. Creo que éste es un momento de muchísima transición y me deslumbra. Porque es una semilla que estuvimos regando, regando y regando y de golpe brota y sé positivamente que así como mi feminismo no brotó de la nada, este feminismo tampoco. Pero surge como algo que te deslumbra, que tiene su propia identidad, que tiene sus propias características.

-Y ¿hacia dónde vamos?

-Creo que esto por lo que tanto nos desvivimos, que es pensar las diferencias de género, va a hacia su insignificancia. Así como el matrimonio igualitario ya no es significativo, el género de las personas va a dejar de figurar, en algún momento, en los documentos de identidad. Así como antes, no hace tanto, en los DNI figuraba raza o color de piel -y ahora nos resultaría absurdo pensar algo así- creo que el género también está destinado a ser algo que carezca de la significación tan central que ha tenido en la historia. Entre otras cosas, porque el género es lo que hacía presumir las conductas sexuales que garantizaban la reproducción. Y estamos en un camino en el que la reproducción ya se manifiesta de otras maneras. Con la reproducción asistida, con los varones transgestantes… y la tecnología que avanza. Lejos de la utopía de los 70 que tenía el marxismo en donde el maternaje no era concebido como algo individual. Los cambios serán otros. Quién sabe si será a beneficio de nuestros ideales socialistas o para beneficio de los ideales totalitarios, explotadores. Y para mí es algo todavía misterioso qué ocurrirá con esos embriones gestados por una incubadora, a qué se destinarán. Esas funciones que por ahora están en el útero de una mujer… Como ya decía Platón, el útero es un demonio dentro de otro demonio. Es decir, las mujeres somos difíciles de controlar y ni siquiera nosotras controlamos nuestro útero. Se está buscando un plan B para que no sea la voluntad libre de cada mujer la que determine si va a tener sexo o no, con quién lo va a tener, si es con fines reproductivos o no. Todo eso, que son nuestras libertades garantizadas por los derechos humanos, está en permanente riesgo. Es decir, la lucha entre el bien y el mal creo que va a seguir pero seguramente los personajes van a estar vestidos de otra manera.

-¿De dónde brotó tu feminismo?

-Soy filósofa y mi vida estaba dedicada al estudio académico. Tuve compañeras que me fueron pasando bibliografía e incidieron en mí sobre aquellos problemas filosóficos que me habían sido presentados como neutrales y que eran totalmente misóginos. Entonces yo enseñaba algo que reproducía mi propia opresión. Como pasa con casi todos los conocimientos elaborados en contextos patriarcales. Que se transmiten desde el rol de madre, de maestra, de investigadora. Entonces tener una lectura crítica sobre esos contenidos fue para mí un proceso largo y complicado. Y luego, una lectura proactiva y creativa con otras feministas. Doy una materia que se llama Filosofía Feminista y dí una en Derecho que se llamaba Perspectiva Feminista del Derecho. Que creo que es la primera vez que la palabra feminista va en una materia crítica y no como historia del feminismo.

-Que seguramente escandalizaría a tus docentes en tus tiempos de estudiante de filosofía…

-Ni hablar. De hecho, en mi carrera fui muy castigada por manifestarme de esta manera. Si analizamos una carrera académica tradicional, a personas obedientes les fue mucho mejor en términos de concursos docentes, de carrera de investigación, de lograr lauros, medallas. A mí me fue bien en otras cosas, como mi voluntad de incidencia para el cambio social. Y para mí es una fuente maravillosa de alegría y sigue siendo un placer trabajar en eso. Yo no sé si esa alegría, ese compromiso y ese placer lo habrán tenido personas con más medallas. Pero para mí es una redefinición de los logros. No me interesan los logros académicos, sola y encerrada en una biblioteca, a expensas de otras mujeres que no llegan a esos lugares. Me interesa otro tipo de éxito.

-¿Establecés la diferencia entre violencia y crueldad de género?

-Creo que el término crueldad nos abre otros espacios. La crueldad tiene otras manifestaciones que la violencia visible. Hay muchas formas que tienen que ver con la opresión y que no se manifiestan violentamente. El halagar a una mujer que se queda en el molde y hace lo que el patriarcado espera que haga es una crueldad de género pero no es violencia en el sentido literal. Me parece que en la palabra crueldad, hay matices que nos permiten analizarnos como género humano, analizar las conductas pero sobre todo la vida social y sus consecuencias de manera mucho más aguda, más crítica. Es el ojo de la sospecha y siempre es bienvenido. 

Fuente: http://www.elpopular.com.ar/nota/110230/el-genero-de-las-personas-va-a-dejar-de-figurar-en-los-documentos-de-identidad

Sobre los origenes del amor romantico

Les dejo esta nota de Clara Gualano, Reflexiones feministas sobre el amor romántico, publicada en Entremujeres.

El amor como fuente de vida y no como peligro. Sobre esta base y pensando sobre eso que nos desvela y nos agita, intentamos echar luz sobre los debates actuales en torno a las formas de amar.

Por Clara Gualano.

(…)

Los orígenes del amor romántico

Se trata de un modelo relativamente nuevo. Fue una revolución en su momento histórico, porque marcó el fin de las alianzas de pareja basadas en acuerdos económicos o arreglados, para unir amor, sexo, procreación y convivencia. Diana Maffía, filósofa feminista, lo explica así: “El amor romántico es un invento entre el renacimiento y la modernidad que tiene que ver con fijar determinado tipo de roles a partir del cambio en la familia. La idea del amor, la sexualidad y el matrimonio unidos en un mismo espacio es absolutamente reciente. Estas vías transcurrían cada una por su lado, los matrimonios eran asociaciones con objetivos, a veces la procreación, a veces alianzas políticas o tribales. El amor y la sexualidad no siempre concurrían. El amor romántico es pensar en dos imanes que en algún momento conforman una totalidad, un amor heterosexual en el cual un varón y una mujer se van a ver atraídos y complementados.”

Esto resulta en que una mujer está incompleta hasta que encuentra esa pareja: el todo. También resulta en que a una sola persona se le demanda: exclusividad sexual, amigos en común, hijos, vacaciones y momentos de ocio compartidos. Si este combo no se arma hay vacío y sufrimiento. El amor romántico se adapta bien a una sociedad capitalista en la que prima el individualismo porque excluye otro tipo de alianzas fuertes de afecto.

El amor romántico es este ideal de complementariedad, pero también de satisfacción de los objetivos existenciales en la intimidad, esto pone a las mujeres en una situación vulnerable. Para ser una persona valiosa, debemos encontrar una pareja, tener hijos, porque nuestro éxito personal, nuestra trascendencia, depende de otros sujetos. La idea de romanticismo es una idea de satisfacción absoluta de todas las necesidades en ese vínculo”, afirma Maffía.

(…)

La nota completa en https://www.clarin.com/entremujeres/pareja/reflexiones-feministas-amor-romantico_0_By27vtStf.html

Entrevista Infobae: Varones y personas trans también pueden ser feministas

Comparto con ustedes esta entrevista recientemente publicada en Infobae.

Diana Maffía: «Varones y personas trans también pueden ser feministas»

La doctora en Filosofía y Directora del Observatorio de Género en la Justicia, reflexionó en Infobae sobre la condición de ser feminista y sobre la sororidad, el concepto que busca barrer con la opresión de género

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«Yo no soy feminista», dijo Araceli González hace unas pocas semanas, alertada porque alguien del panel del programa de televisión en el que estaba hablando la había asociado a esa condición. Aunque luego su intento de desmarcarse del mote de «feminista» fue desafortunado en la materia («Las respeto muchísimo, pero tengo un hijo varón precioso y un marido hermoso y respeto mucho a los hombres también», destacó de inmediato), lo cierto es que aquella primera frase, su defensa ante un supuesto insulto, sirvió para que en las redes sociales, por ejemplo, fuera defenestrada y respaldada por doquier. Y también, por fortuna, para que se continúe pensando, debatiendo y defendiendo el feminismo.

«No todas las mujeres son feministas; no es una cuestión hormonal sino política. Por lo tanto, ni todas las mujeres son feministas, ni solo las mujeres son feministas. Varones, personas trans también pueden ser feministas», asegura la especialista Diana Maffía, directora del Observatorio de Género en la Justicia del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires. Para ella, en la defensa que ciertas mujeres hacen de la desigualdad de género propia del sistema patriarcal imperante, se esconde la verdadera tragedia: «Que nosotras en nuestra vida cotidiana reproduzcamos las condiciones de desigualdad en lugar de producir condiciones o ser solidarias con la producción de condiciones más igualitarias, es trágico».

Porque para Maffía -doctora en Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, docente de la UBA, autora de numerosas publicaciones e investigadora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la UBA- la clave del cambio reside allí, en esa solidaridad necesaria, imprescindible, para que el patriarcado comience a crujir desde sus mismas bases. Esa solidaridad tiene un nombre que juega con sus mismas letras: Sororidad. «Es un pacto con las otras, implica ver a las otras como sujetos de cuidado, orientarnos éticamente hacia protegernos unas a otras», dice Maffía, y agrega: «Desde allí, podemos pensar una pluralidad solidaria que pueda consolidarnos como un sujeto político.»

-¿Qué significa la «Sororidad»? ¿Cómo nace el término y cuáles son sus alcances?

«Sororidad» es una modificación sobre el lenguaje, que viene a cambiar una palabra tradicional en la filosofía política: «Fraternidad». Esta a su vez tiene su raíz en latín, se refería a la igualdad de los «frates», de los hermanos varones. Desde ya, no incluía a las mujeres. Cuando la «Fraternidad» se transforma en un principio de la Revolución Francesa, en el origen del estado moderno, expulsaba a las mujeres. Las mujeres no estábamos incluidas en el Contrato Social. Entonces, desde el feminismo se piensa cómo sería una solidaridad que no fuera de «frates». La contraparte de la palabra «frates» es «sores» (Sor, hermana mujer) ¿Cómo sería una «Sororidad», una hermandad de mujeres? Y allí aparece este concepto, muy interesante desde el punto de vista práctico porque implica un pacto con las otras, implica ver a las otras como sujetos de cuidado, orientarnos éticamente hacia la protección de unas a otras, formando esa hermandad de mujeres. Incluirnos nosotras en un colectivo que el «nosotros» de la política, o el «todos» de la política, no incluía. «Sororidad»: pensar en nosotras una pluralidad solidaria que pueda consolidarse como un sujeto político.

-¿Todas las mujeres somos feministas?

Desafortunadamente no. Porque no es una cuestión hormonal el feminismo, es una cuestión política. El feminismo, creo yo, es una combinación de tres convicciones. Una, descriptiva: constatar que en todas las sociedades las mujeres estamos peor que los varones. El análisis de cualquier indicador social (trabajo, salud, educación etc.) arroja sistemáticamente esto: las mujeres todavía estamos en condiciones de desigualdad. La segunda es considerar que está mal que sea así. Y en tercer lugar, algo que creo yo que es lo que finalmente define el feminismo: hacer lo posible, como un compromiso práctico en nuestra vida cotidiana, para no reproducir esa desigualdad, y si es posible, para revertirla. Si alguien cree que las mujeres estamos peor, cree que eso es injusto, y está dispuesto a no reproducir esa injusticia en su vida cotidiana, y si es posible revertirla, yo diría que es feminista. Y esto no tiene que ver con los cuerpos sexuados, tiene que ver con las convicciones políticas de las personas. Entonces, a la pregunta de si todas las mujeres son feministas, yo diría que lamentablemente no. Y el «lamentablemente» tiene que ver con que las mujeres reproducimos las propias condiciones de desigualdad, y eso es trágico. Que nosotras en nuestra vida cotidiana reproduzcamos las condiciones de desigualdad en lugar de producir condiciones, o ser solidarias con la producción de condiciones más igualitarias.

-Desde hace unas semanas circulan declaraciones en distintos medios de comunicación de algunas mujeres que dicen «Yo no soy feminista», o que de distintas maneras expresan o reflejan lo impregnado que aún tenemos la cultura patriarcal. ¿Cómo hacemos para no excluir a aquellas mujeres sino traerlas, incluirlas?

Lo primero que debemos tener en claro es que el patriarcado, como sistema de poder, no se maneja solamente con castigos. Es decir, hay un efecto del patriarcado que es la violencia patriarcal o violencia machista. Ahora, el patriarcado también se maneja con premios. ¿Qué nos da el patriarcado como premio, para que admitamos el lugar en que nos ha puesto, el lugar de lo privado, el lugar de lo doméstico, el ser objeto de deseo de los varones y satisfacer ese deseo? Nos dice que hay roles maravillosos para las mujeres: ser madre, ser esposa, realizarte en lo íntimo o excepcionalmente algunas mujeres en lo público, que han logrado tener un gran desarrollo pero sin impactar en las relaciones de poder real asumido por los varones. Esas mujeres suelen ser tomadas como ejemplo por el patriarcado y son premiadas, siempre y cuando no generen conflictos en el sistema patriarcal.
Por ejemplo, yo hice una vez un estudio sobre mujeres científicas. Muchas de ellas que ya estaban en lugares destacados, eran investigadoras superiores del Conicet, el máximo lugar posible: el 75% eran solteras. Es decir, su carrera había sido desarrollada con mucho esfuerzo personal, pero decían que su costo había sido que no le habían podido dedicar tiempo a construir una familia, una pareja, tener hijos. Eso habría distraído la construcción de ese éxito. Es una situación compleja, que me parece que explica por qué muchas mujeres no van a decir «Soy feminista»: porque creen que hay hacer un esfuerzo individual, y que ese esfuerzo puede ser premiado, y que el ejemplo son ellas mismas. Creo entonces que la aspiración del feminismo debe ser representarnos a todas las mujeres, pero ese «todas» no puede ser abstracto y uniforme. Las mujeres expresamos aspiraciones muy diversas. Y tendríamos que tener permanentemente un diálogo sin descalificar a la otra persona. Un diálogo crítico, sin que esto signifique expulsar a alguien de un colectivo que se está construyendo.

-¿Cómo entendés vos esta, si se quiere, novedad de que se esté hablando de feminismo en programas muy populares de la televisión?

Yo estoy a favor de que las personas que somos feministas vayamos a hablar de feminismo a todos los lugares que podamos. Porque hay prejuicios contra el feminismo. Por ejemplo, que por ser feminista estamos en contra de la familia: yo estoy en contra de cierto tipo de relación de subordinación que implica lo familiar, y por supuesto estructuraré mis relaciones de manera diferente. Estoy en contra de que alguien esté obligada a la maternidad, y entonces mi maternidad es elegida y será vivida de manera diferente. Y desearía que toda mujer pueda elegirla, pero eso no quiere decir renunciar completamente a cierto tipo de planes de vida. Y más allá de los prejuicios, también es importante que haya voces permanentes con perspectiva de género en la televisión, en los paneles. Una cosa es invitar a alguien una hora, gratuitamente, a tu programa, y otra cosa es tener alguien que permanentemente va a poner su voz dentro un diálogo. Esta convicción un poquito más activa todavía no la veo. Por ahora somos rating, y es una cosa medio novedosa.

-Con respecto a las denuncias de abuso sexual en la justicia, ¿cuál es tu visión en la actualidad? ¿Por qué a veces no nos creen cuando denunciamos algo así?

En general, las situaciones de abuso, ciertos tipos de violencia, son situaciones que ocurren en la intimidad. Y en el caso particular del abuso sexual, o del acoso sexual laboral, en las mujeres, muchas veces el acoso ocurre de una manera paulatina que tardamos en decodificar. Cuando decidimos hacer una denuncia, lo que hay es un relato de una persona acerca de una experiencia personal. Ese relato, que es la acusación que la persona hace, debería ser tomado como prueba. Es muy común que les digan a las mujeres «¿Qué prueba tiene?». Yo, en general, cuando asesoro mujeres que están en estas situaciones les digo «No borres el mail, guárdalo, no borres tu Whatsapp, hacé una captura de pantalla del Facebook, si te dice algo tratá de que haya testigos». Es muy difícil sostener materialmente las denuncias de esta índole porque ocurren en privado y porque hay mucho temor, incluso de las mujeres al denunciar. Porque sus familias, sus parejas, la cultura imperante va a pensar que ella provocó algo y que luego no se quiso hacer cargo. Entonces, el modo en que en el lugar de trabajo y luego en la justicia se reciben estas denuncias es un modo muy estigmatizante para las mujeres, que son tratadas sistemáticamente como mentirosas. Culturalmente, es tremendo.

-¿Y existen pautas de sororidad frente a las denuncias por acoso, por ejemplo?

Sí, muchísimas. Diversos colectivos de mujeres salen a sostener a otra que denunció y que es descalificada públicamente. Se la acompaña, no solo a feministas: a una mujer cualquiera que se animó a decir que algo fue lesivo para su autonomía sexual o para su deseo, porque hay que tener claro que el hecho de que no haya llegado a ser una violación, no implica que no sea abuso.

-¿Y en el ambiente laboral?

En el trabajo dependerá. Porque el trabajo es un lugar muy complicado. Hay relaciones de poder de las que depende la supervivencia. La fragilidad en los tipos de contrato hace que muchas veces las mujeres no tengan la seguridad de poder acompañar eso, la certeza de que no serán castigadas. Y los sindicatos todavía tienen muchas dificultades para responder a este tipo de denuncias. Ni siquiera cumplen con su cupo sindical, hay pocas mujeres sindicalistas, y por lo tanto estas cuestiones de acoso sexual en el ámbito laboral en general quedan para comisiones de mujeres o comisiones de género con poca representatividad y poco poder. Sin embargo, los hay. Hay sindicatos que respaldan denuncias, no solo de abusos sino también de violencia laboral: muchas veces se apela a insultos que tienen que ver con el aspecto físico de las mujeres, con someterlas a situaciones, con negar la posibilidad de tener una situación de embarazo protegida y con todos los derechos que corresponde. Hay muchísimas maneras de maltrato, de violencia laboral, que van más allá que el acoso sexual.

-¿Cuál es tu postura sobre la prostitución?

Me parece que hay tres posiciones en relación con la prostitución. Una posición que es regulacionista, y dice a grandes rasgos que la prostitución es trabajo, y por lo tanto debe ser reglamentado, con las garantías de toda otra condición laboral». Otra posición es prohibicionista. Dice «No debe haber prostitución», y asegura que la prohibición bajaría la trata de personas. Yo creo que en general los métodos penales no son los que bajan un delito. Pero hay una tercera posición, la abolicionista, que no trata de prohibir la prostitución sencillamente porque no es un delito penal en nuestro país. Es decir, cada persona es libre de ejercer la prostitución porque no está violando ninguna ley. Sí reconoce que la prostitución es una situación de extrema vulnerabilidad, y que entonces el Estado debería dar garantías de tener alternativas de vida. Que no esté en prostitución ninguna persona que no quiera estarlo: capacitarla, darle trabajo, por ejemplo. Sí deben perseguirse todas aquellas maneras de explotar la prostitución. Porque una persona, en una situación vulnerable, puede ser explotada por un proxeneta, por alguien que va a obtener beneficios económicos a costa de su situación de prostitución. Y la trata de personas, como delito trasnacional, va a alimentar ese circuito que fuerza a mujeres que quizá no desearían estar en esa situación. Eso también debe ser combatido por el Estado. Y eso no está ocurriendo: el Estado persigue a las mujeres en prostitución, o a las travestis en prostitución, y no persigue el proxenetismo ni la explotación sexual. Y no ocurre, primero, porque hay corrupción: hay compromisos de fuerzas policiales, políticas y judiciales con la protección de la explotación sexual. Y segundo porque muchas veces eso produce un dinero que financia ciertas formas de hacer política. En lo personal, me defino abolicionista.

-¿Cómo te imaginás la lucha feminista de acá a cincuenta años?

Lo ideal sería pensar que la lucha feminista tuvo éxito, y que entonces hemos desarmado un sistema de poder que es complejo: es a la vez colonialista, capitalista y patriarcal. Es muy difícil pensar que dentro de cincuenta años se pueda haber desarmado tanto nudo. Pero me encantaría, sí, que pudiéramos tener la convicción de que ningún sistema de poder puede estar basado en la condición corporal de las personas. Que las condiciones de etnia, de sexo, de edad, las discapacidades, todas aparentemente naturales porque las portamos en los cuerpos, sean entendidas como lo que son: cargadas culturalmente, desvalorizadas, jerarquizadas negativamente. Y que eso no puede instalar una relación de poder, porque significa que las personas, simplemente por tener las corporalidades que tienen, estarán en condiciones de opresión. Que entendamos que, desde allí, no se puede fundar ningún tipo de sociedad democrática.

Fuente: https://www.infobae.com/sociedad/2018/02/19/diana-maffia-varones-y-personas-trans-tambien-pueden-ser-feministas/