Alabadas
Comparto con ustedes este video del Proyecto Alabadas sobre las mujeres y el patriarcado:
PRIMERA PARTE:
SEGUNDA PARTE
Comparto con ustedes este video del Proyecto Alabadas sobre las mujeres y el patriarcado:
PRIMERA PARTE:
SEGUNDA PARTE
Comparto con ustedes esta entrevista publicada por Almagro Revista.
Cuando todavía no había movimiento y todo estaba por hacerse, Diana Maffia empezó a militar en el feminismo. Pero aún antes de eso, cuando no había estudiado filosofía ni era la pionera en la academia argentina sobre estudios de género, Diana fue una joven angustiada por su inhabilidad para la vinculación social. Entre los 8 y los 12 años, preocupada por cuestiones que el resto de sus coetáneos no percibían, pasó una etapa que definía como triste y acabaría releyendo, a la luz de los años, como “metafísica”. Se preguntaba por la muerte y el espacio, por el infinito y el tiempo. “Tenía un desfasaje entre mi capacidad intelectual y mi capacidad emocional”, dirá ahora.
En las últimas semanas ha concedido un sinfín de entrevistas, charlas, explicaciones, y demás: la previa a la votación del proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo la encontró en plena militancia activa y persistente. Lleva más de 30 años como referente en el feminismo -desde la academia y el cuerpo a cuerpo de la militancia-, al que comenzó a vislumbrar como un horizonte en la adolescencia, cuando comprendió que las diferencias entre ella y su hermano mayor -y con sus hermanas menores también-, eran algo vinculado al género.
“Tener un hermano mayor me generó una experiencia rápida acerca de la diferencia, pero no la explicación de por qué -explica-. Y no me dejó ver que era jerárquico también, una autorización a lo público y a conductas que se podía tener. Esas diferencias que percibí desde muy chica generaron en mí una sensibilidad muy fuerte hacia la injusticia. Luego, comprender el núcleo de qué es la injusticia lo pude hacer estudiando filosofía y Derechos Humanos. Y me quedó claro la naturalización sobre cuerpos y cómo los DDHH se postulan neutrales y dependen también del género”.
Doctora en Filosofía, Directora del Observatorio de Género en la Justicia del Consejo de la Magistratura, ex legisladora porteña por el ARI entre 2007 y 2011 –“el último año de mandato, Carrió ni me atendió el teléfono”, explicará a modo de síntesis del vínculo con la creadora de ese espacio político-, Diana es hoy una figura de relevancia y centralidad para la nueva oleada feminista. La reivindican, la leen, la escuchan. Y le preguntan.
– ¿Cómo vivís este instante previo a la votación?
– Para todas las que venimos de décadas de empujar este tema es verdaderamente sorprendente. Lo veo con mucha expectativa, ya no como algo que tengo que hacer sino como algo de lo que formo parte y me empuja. El movimiento feminista más joven es muy diferente al tipo de activismo que teníamos en los 80 y 90, no está tan basado en documentos, diálogos y lecturas…
– ¿Lo que se dice feminismo sin marco teórico?
-No sé si es sin marco teórico, pero sí me parece que es menos reflexivo. En el activismo de los 80 no se nos ocurría salir a la calle sin un documento consensuado y discutido con muchas horas, y a la vez tuvimos mucha valentía porque la primera toma de la calle fue el 8 de marzo de 1984 en Plaza Congreso, después de tantos años de Estado de sitio. Y fuimos las mujeres las que hicimos eso. Creo que se da esa memoria de las dificultades del principio y lo pocas que éramos y que hubo una brecha porque el feminismo no fue un movimiento que atrajera siquiera a las mujeres, ni fue un movimiento de interlocución política. Otros activismos fueron más eficaces. Y de pronto se toma como bandera y pañuelo por parte de miles y miles de mujeres, muchas muy jóvenes, que entran al feminismo en momentos diferentes.
-¿Qué diferencias ves?
-Me llamó la atención a comienzos del SXXI compañeras que sentían que el feminismo había empezado con las asambleas barriales de 2001. Y muchas habían llegado desde la izquierda, habían encontrado misoginia en esos espacios y reaccionaron ante eso, y esa misoginia de izquierda, que nos duele mucho más que la de la derecha, hizo de ellas un feminismo muy diferente: muy politizado, vinculado a la demanda social y de clase -cosa que el de los 80 y 90 olvidaba.
-¿Cuál fue el punto de quiebre para que el feminismo pasara a ser convocante?
-En parte puede ser resultado de un proceso neoliberal previo en el cual el progreso se consideraba como algo individual, escalar posiciones en un sistema, modelo de éxito del mercado, estar más arriba, ganar más, escalar competencias; y el fracaso también era individual, no como es para las feministas, que consideramos que nuestros fracasos son estructurales y no dependen de la voluntad. La década del 90 y la secuela del período planteó esta estructura de pensamiento y demanda: queremos recursos para un éxito personal. Y para la mujer era muy desalentador porque los modelos de éxito están pensados para quien estructura subjetividad alrededor de un trabajo o cargo público, o cargo político. Los equilibrios para las mujeres entre cuestiones intersubjetivas, familiares, maternales, de cuidado, están negados porque la comodidad de los varones es que ni siquiera se lo vea como un trabajo. Entonces la igualdad estaba planteada en ‘queremos los mismos lugares’, pero no planteaba las diferencias desde donde estamos. Es una respuesta a eso también.
-¿La ley que se debate contempla esas diferencias?
-Vamos a debatir la ley de aborto cuando el artículo 88 del Código Penal dice que las responsabilidades de las mujeres son equiparables a las de quienes no cumplen los resguardos de derechos que hay que cumplir en relación al aborto. Estamos pensando que mujeres y varones somos idénticos, pero la igualdad política es una cosa y la identidad de los cuerpos es otra y para obtener igualdad política debe registrarse esa desigualdad de los cuerpos. Si no, se genera una ficción donde siempre las mujeres creemos que no hemos llegado porque, bueno, no tenemos ánimos de competencia. Queremos felicidad, como cualquier otra persona, y cuando llegamos a gerentas vemos que igual no estamos satisfechas y estamos culpables por no cumplir otros roles: porque los dos ideales, el profesional o el maternal están pensados como ideales de tiempo completo, y cumplir ambos es imposible. El varón, que no tiene que cargar con eso, hará mejores equilibrios, pero para nosotras renunciar a la maternidad o hacerla deficiente según se juzga es una carga muy dura.
-¿Y cómo se combaten esos discursos y aquellos que hablan de la maternidad como un gesto heroico o moral?
-Hay que poner atención a la palabra heroísmo, porque no es un fin moral. El acto heroico justamente es como aquello que no estás obligado a hacer, es ese acto supererogatorio, en el que das más que lo que es exigible: cuando se plantea la maternidad en términos de heroísmo le estás exigiendo a la mujer algo que no le exigís a nadie más y, en especial, que no le exigís a los varones. Y la institución que lo pide, que muchas veces es una religiosa, ni siquiera corre peligro de cumplir eso porque suelen ser todos varones, así que ni siquiera tienen que cumplir sus preceptos: son posturas misóginas y crueles. Cuando vemos en la audiencia pública al padre Pepe que pone como ejemplos de maternidad a las mujeres que parieron en la ESMA, creo que es de un nivel de crueldad y cinismo que solo se explica por su dogmatismo y por ignorar cosas que, así como muchas parieron en esas condiciones, muchas fueron obligadas a abortar en ese mismo marco. Se refirió sí a cuestiones de clase, a las que sí es sensible, como la injerencia y mandato del FMI, de bajar determinado tipo de apoyos estatales podría incidir en que las mujeres tengamos menos acompañamiento cuando decidimos gestar y parir, que es uno de los planes de vida en que el Estado debe acompañarnos (y debe hacerlo con un parto humanizado y atención de evitar problemas durante y después del embarazo)…
-Y cuando ya existe una ley de parto respetado que tampoco se cumple del todo…
-Exacto, y ahora se acuerdan los anti derechos de la educación sexual, el período prenatal, las consejerías en salud, de todo aquello que ya legislamos porque las mujeres sí sabemos, por nuestra experiencia, cuáles son los obstáculos a nuestros planes de vida. Gestar y parir, así como abortar, son obstáculos y el Estado, que no se hizo presente durante todo el período previo para darnos facilidades para tomar una decisión a favor de proseguir una maternidad, se hace presente exclusivamente para prohibir. Es constitucionalmente muy antidemocrático considerar que las mujeres no podemos tomar una decisión sobre el aborto: es considerarnos de segunda, que no somos racionales, que no somos autónomas, y considerar que solo el médico puede definirlo en casos de violación. No se nos considera confiables porque es una sociedad patriarcal y confiables son los médicos, los curas, los jueces, los maridos. Las mujeres deliberamos entre maternidad forzada o aborto, deliberamos entre dos males. El aborto es la alternativa a la maternidad forzada, y el daño que puede ocasionar esa maternidad forzada se ve en que arriesgamos la vida con un aborto ilegal. Nadie quiere un aborto.
-¿Y qué rol cumple el Estado?
-El Estado no confía en que esa decisión pueda tomarla una mujer en forma autónoma, porque el Código Penal nos dejó bajo tutela del hombre desde hace un siglo. En caso de violación recién se cambió a mediados de los 90: antes para poder denunciar una violación había que ser mujer honesta. Una mujer en prostitución o que quería denunciar a su marido no podía porque tenía débito conyugal. Y la idea de la mujer honesta, que cambia recién a fin de siglo, y el hecho de cambiar el objeto de tutela -ya no el honor sino la integridad de la mujer- hace que la ley se ocupe de otra cosa: es un giro copernicano, y la mujer pasa a tener su propia autonomía. Ya en el código penal la mujer tenía prioridad por sobre el embrión. ¿Por qué, entonces, queremos cambiar de una ley por causales a una por plazos? Porque cuando es por causales no lo cumplen y siguen negando el acceso a la ley. Hemos tenido durante este debate tres embarazos de niñas de entre 10 y 12 años violadas por familiares en provincias del Norte, que se niegan a la educación sexual, que han hecho protocolos contrarios al fallo FAl y sin embargo esas negativas no son vistas como el modo de abuso de poder que tiene un sistema que ignora la capacidad de derechos de las niñas y mujeres. El real problema político es si vamos a dejar o no a las mujeres la decisión en algo que atañe a sus cuerpos y vidas.
-En relación al feminismo como algo más amplio, ¿en qué otros elementos el Estado debería avanzar?
-En 1994, en El Cairo, se hizo el Congreso Internacional de Población de Naciones Unidas, que siempre tuvo por objetivo establecer planes natalistas o no natalistas de los Estados y qué recursos en tal o cuál sentido. Desaliento en China o India, promoción en otros sitios. Argentina tuvo políticas natalistas muy explícitas, por ejemplo durante la época de Isabel Martínez de Perón o la dictadura, donde se prohibió la anticoncepción y se cerraron servicios de ginecología en hospitales públicos, cuando toda América estaba en cambios sobre legislación y avances en materia de salud sexual y reproductiva. Esto se hizo en democracia, al menos en lo formal. En 1994, entonces, se resuelve que los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres son derechos humanos: tardaron medio siglo desde la declaración universal de los derechos humanos. Uno podría preguntarse por qué, si la RAE, que es la santa inquisición del lenguaje, ya nos explicó que el masculino genérico nos contiene, y estaban expresados universalmente; y, sin embargo, esos derechos no podían ser ejercidos. Por eso tuvimos que tener convenciones sectorizadas, niños, mujeres, discapacitados, adultos mayores, ¿no era que estábamos todos incluidos en DDHH? Bueno, no, si yo no enuncio las condiciones del sujeto abstracto es porque ese sujeto responde a las condiciones del sujeto hegemónico. En ese Congreso, entonces, se establece que las mujeres pueden tener una vida sexual con fines reproductivos o no, tener sexo o no, tenerlo con la pareja que quiera, y si es con fines reproductivos, cuándo, cómo y en qué condiciones: se establece que el Estado debe acompañar con políticas públicas cualquiera de estas elecciones de vida. Si decido tener pareja lesbiana, usar métodos anticonceptivos, gestar y parir o abortar, el Estado debe acompañar estos planes de vida alternativos con políticas públicas. Entonces ese derecho y garantía que el Estado debe en la diversidad, no lo tenemos.
-Y el movimiento de mujeres lo reemplaza…
-El movimiento de mujeres sí acompaña, ha ido generando todo el movimiento socorrista para poder abortar de forma segura, pero no se trata de tomar en las manos del movimiento social la garantía sobre la salud, porque siempre tendrán limitaciones y el Estado tiene la obligación de hacerlo y está ausente: pero no de este año, hace dos o en la gestión anterior, sino desde hace décadas.
-¿Cómo te imaginás el triunfo del feminismo?
-El triunfo del feminismo es el triunfo de muchos otros movimientos sociales. Es hoy en día muy complejo y abarca muchas otras demandas como el derecho a la tierra, alimentos, al agua, al trabajo, educación; no ocurre, eso sí, una reciprocidad en que otros movimientos sociales o progresistas, activistas, se manifiesten antipatriarcales. Desde el feminismo comprendimos rápidamente, porque estamos en Latinoamérica, que no es un movimiento de mujeres blancas y ricas y entonces nuestras demandas tienen que estar acompañadas de otro tipo de demandas de clase, etnias, de edad, y muchas otras vertientes de poder que van enunciando las condiciones no hegemónicas de la vida. Es chocante como para algunos varones reconocer su hegemonía y comenzar a declinar privilegios, porque no se trata de ponerse el pañuelo verde y acompañar en las marchas nomás.
-Privilegios que muchas veces no están explicitados…
-Es que ese es el principal problema. Para mí, reconocer que yo misma estaba en una posición digamos ‘patronal’ en algunos aspectos -por ser educada, blanca, haber nacido en una casa con biblioteca-fue trabajoso. Tuve que entender que eran privilegios que afectaban a mis posiciones políticas como feminista. Así como para otras tener un cuerpo que cumple con el deseo hegemónico, aunque para ellas no sea vivido como privilegio, es un privilegio y hay que ser conciente para tratar de que eso no pese en tu activismo político de una manera que invisibilice la demanda de aquellos que no están en ese lugar. Tanto varones como mujeres, porque muchas demandas son defendidas de manera mixta. Abrir el feminismo a otros movimientos significó entender eso. Acompañamos desde el feminismo la ley de matrimonio igualitario y ley de identidad de género, con la promesa del movimiento de la diversidad de que después venía el momento del aborto y eso no se produjo, y acompañamos. O también pasa con movimientos ambientalistas y otros que tienen que ver con derechos muy básicos -minería a cielo abierto, represas, derechos alimentarios-, no olvidemos que el 70% de los pobres son mujeres y afecta especialmente a ellas. Cuando veo dirigentes de la economía popular y veo solo varones, y los veo manifestarse contra el acceso al aborto, pienso que hay todavía privilegios muy difíciles de derrotar. Ese modo en que pontifican sobre algo en lo que jamás correrán el riesgo, es un privilegio en que los varones deberían reflexionar: todo el tiempo dan instrucciones de cómo ser feministas, ese dedo acusador y didáctico…
-Ahora conocido como mansplaining…
-Claro, mansplaining, que ya existía. Y existe. Y además nos dicen los varones que es por nuestro propio bien y que quieren que nos vaya bien y son amigos y quieren que tengamos éxito. Me parece que la reflexión sobre los propios privilegios llevará tiempo. Empiezan a aparecer movimientos de nuevas masculinidades, antipatriarcales, con miras a visibilizar los micromachismos, pero renunciar a los privilegios va a ser todavía un tramo.
-¿Y entonces cómo imaginás el triunfo del feminismo?
-Triunfará cuando todas las formas de opresión conjuntamente puedan ser derrotadas. Porque el patriarcado es un gran sistema de opresión no sólo de género. Es previo al capitalismo, que ha sentado bases como la división sexual del trabajo, de lo público y lo privado, la carga de la reproducción gratuita de la fuerza de trabajo sobre las mujeres, la carga del cuidado, el que las mujeres seamos reproductoras para un sistema de acumulación económica y de herencia. Y que haya un conjunto de mujeres que son propiedad colectiva de todos los varones, y que se trate encubrir la apropiación del cuerpo de la mujer en la prostitución porque el hombre paga por un servicio y supondría una igualdad: este lenguaje mercantilista del servicio, del cliente, de la trabajadora, que encubre que el 98% de los medios de producción está en manos de varones.
-Aún siendo previo que el capitalismo, ¿es escindible la lucha contra el patriarcado de la lucha contra el capitalismo?
-Creo que es previo, que en el capitalismo encontró una expresión global, pero que hay muchos movimientos capitalistas, e incluso mujeres luchadoras, que no reconocen esa base patriarcal. Que creen que cuando se termine la opresión de clase seremos iguales. Pero no vamos a ser iguales, porque hay otras opresiones que pesan reforzando ese modelo de producción y explotación capitalista, pero donde las mujeres somos explotadas emocionalmente, en el ámbito privado y doméstico y sexual, otras explotaciones donde no está la cuestión exclusivamente de mercado. Y esa lucidez sobre esta otra forma de explotación y apropiación de los cuerpos requiere de otras miradas feministas para poder rebelarse, y que cualquier lucha anticapitalista sea también una lucha antipatriarcal. Y aunque logramos que las posiciones antipatriarcales tomen conciencia sobre cuestiones racistas y clasistas en el propio movimiento feminista, no hemos logrado tanto éxito en que movimientos anticapitalistas se declaren y procedan de modo antipatriarcal.
-Falta para que se caiga el patriarcado…
-Falta todavía mucho, para que se termine el patriarcado y sin esta conciencia de los varones sobre un sistema que es de opresión para ambos pero que da beneficios a una sola parte. Porque la opresión se ve fácil, la masculinidad cifrada en el éxito económico, los hombres como proveedores, etcétera: pero se sacaron la carga esa sin sacarse los privilegios. Muchachos, pónganse las pilas.
-Hablabas del Estado, entre otras funciones, fuiste legisladora, ¿qué limitaciones encontrás desde la función pública en este campo?
-Hay riesgos y la condición de mujer hace que empiecen suponiendo que no entendés nada. En la Legislatura, por ejemplo, me decían que yo no entendía nada, o que no sabía hacer política, porque encima no venía de un partido. Pero el primer año me dan el premio Parlamentario, y yo me digo, ‘qué pasa, si me dicen que no sé nada’. Los cuatro años gané el premio, solo lo hicimos Gabriela Michetti, Paula Bertol y yo. Ahí juega, además de que te minimizan e infantilizan por ser mujer, te sacan de eje o te ponen en el lugar de excepción y las mujeres debemos tener mucho cuidado a eso: te dicen, ‘vos sí podés hablar con nosotros, no como ellas’. Rompen la unión o sororidad que puedas tener. Este estatuto de excepcionalidad hay que tenerlo presente y hay que escaparle, es el modo de ruptura de cualquier colectivo.
-Hablaste de sororidad y nombraste a Michetti y Bertol, ¿creés que es posible una sororidad interclase?
-Pasa otra cosa, que es la cuestión de privilegiar lo partidario. Lo económico si es relevante, pero ciertas consignas a veces abonan a una fuerza política sobre otras. Creo que la pertenencia partidaria está dentro de las libertades y en general es como se manifiesta una vocación política, pero el feminismo es una posición política y quienes somos feministas tendríamos que darles privilegio a nuestras posiciones feministas por sobre nuestra pertenencia partidaria. Entonces no solo creo que es posible una solidaridad interclase sino que creo que es necesaria. En debates como el del aborto se está viendo esa transversalidad, como ha pasado en debates sobre el divorcio, sobre la patria potestad compartida, o la ley de trata o de cupos. Creo que hay que sostener eso y también nos obliga a una enorme paciencia porque siempre creemos que tenemos una visión privilegiada sobre cuáles son los conflictos urgentes y cuáles los secundarios.
-¿Quiénes tienen que tener paciencia?
-Bueno, yo me considero feminista de izquierda y pienso que tengo mayor claridad y tengo que declinar esa idea de privilegio epistémico porque desde otros lugares hay mujeres que también tienen autoridad epistémica sobre sus vivencias y prioridades. Porque yo también tengo cosas garantizadas, como un trabajo estable, con buen salario, y en el contexto de la mujer ya es un enorme privilegio. Si yo empiezo a exigirle a otras mujeres cosas invisibilizando mis privilegios es un error.
-Excede a que la mujer sea feminista o no…
-Por supuesto. Esta es una de nuestras heridas narcisistas, pensar que el Encuentro Nacional de Mujeres iba a ser siempre feminista, pero las mujeres demandan lo que les parece urgente y muchas veces sus opiniones no son feministas, esto ya lo hemos aprendido.
Fuente: http://almagrorevista.com.ar/diana-maffia-real-problema-politico-dejar-no-las-mujeres-la-decision-algo-atane-cuerpos-vidas/
Comparto con ustedes esta columna que escribí para Perfil.com y fue publicada el 10 de junio.
Con el debate parlamentario de la ley de interrupción voluntaria del embarazo asistimos a un momento histórico. Especialmente las mujeres lo vivimos así. En parte por el ámbito donde se produce, el Congreso, la institución que expresa la pluralidad de ideas políticas de una sociedad. Pero sobre todo porque estamos discutiendo el aborto, algo que impacta en la vida de todas las mujeres y que casi un siglo atrás fue legislado sin nosotras; y esta vez estamos presentes para que se consideren nuestras razones, nuestros testimonios y nuestras experiencias.
A pesar de desvíos y faltas de pertinencia insistentes, en la audiencia pública quedó claro que lo que se decide no es si las mujeres deben abortar o no (es un desafío unánime bajar el número de abortos) sino en qué condiciones lo harán. Las mujeres abortamos, la cifra es elocuente y el fracaso del camino punitivista también. El movimiento de mujeres, a través del socorrismo, hace años ha tomado en sus manos acompañar a las mujeres a abortar de modo seguro. El que está ausente es el Estado, y sobre eso se debe legislar. El desencuentro entre el Estado y las mujeres es lo que estamos subsanando, y esta legislatura deberá demostrar con su voto si en este encuentro nos considera o no ciudadanas capaces.
La criminalización del aborto no ha resultado eficaz para bajar el número, pero sí ha resultado eficaz para amenazar la vida, la salud y la autonomía de todas, las que parimos y las que abortamos. Porque fuimos objeto de un siglo de leyes insensibles a nuestras experiencias, donde nuestra condición adulta no nos evitó la tutela permanente. Y porque la aplicación de esas leyes también desoyó nuestras demandas sustituyendo la decisión de las mujeres por un conjunto de representantes de poderes patriarcales. En 1921, cuando se redactó el artículo del Código Penal que hoy intentamos cambiar, las mujeres éramos consideradas incapaces, pasábamos del dominio del padre al del marido, no votábamos, no legislábamos, no administrábamos nuestros bienes, no ejercíamos profesiones ni patria potestad sobre nuestros hijos, nuestra palabra no valía y ni siquiera podíamos ser testigos en un juicio. En nuestro sistema normativo no fuimos representadas sino sustituidas, no fuimos protegidas sino tuteladas.
Es una paradoja ética: la dignidad que se ha insistido en otorgar a un embrión, un ser en gestación potencialmente humano, se nos niega desde hace siglos a las mujeres. Se desconoce nuestra condición de sujetos morales, se obstruye nuestra autonomía y se debilita el reconocimiento de nuestra ciudadanía. La exclusión y la invisibilidad de las mujeres y otras personas gestantes en un asunto que nos impacta de un modo en que ninguna ley ni prohibición afecta a los varones tiene su ícono en un feto gigante que tomó el espacio público, en afiches, películas y alusiones donde se presenta a embriones con título universitario y se ignora a quien los porta en su útero como alguien que representa algo más que un recipiente desprovisto de trascendencia, de dignidad y de proyecto de vida propio. Quienes se oponen a la ley obsequiaron a los legisladores y legisladoras pequeños fetos en primorosas cajitas. Allí nos dicen qué somos para ellos las mujeres: NADA.
Como en procesión, vimos exhibir en las marchas antiderechos un gigantesco feto rosado, inviable sin una persona gestante pero orondamente independiente, un feto de nadie, con un cordón umbilical que no lo conecta a ningún cuerpo ni persona humana, un feto wi-fi que no se liga a una vida amorosa que lo anida y lo recibe con alegría (como debería ser desde un punto de vista humanista cualquier nacimiento) sino uno cuyo centro de operaciones son instituciones confesionales y misóginas, religiosas y académicas, que durante siglos han hablado por nosotras.
Nos hablan de prevención, al fin, pero no nos engañemos: los mismos que hoy argumentan en contra del derecho al aborto legal estuvieron en contra del divorcio vincular, de la patria potestad compartida, de la educación sexual, del acceso a la anticoncepción, del matrimonio igualitario, siempre con argumentos tremendistas que fueron desmentidos por la sociedad, porque lo que se obstaculiza y niega es que somos perfectamente capaces de hacer un uso racional de la ley. Esos segmentos de la sociedad que se autoatribuyen y ejercen con un poder de macho cruel una función de tutela sobre nosotras siguen tratándonos como menores de edad perpetuas. Estamos aquí un siglo después y todavía se pretende que debemos demostrar que podemos tomar decisiones autónomas sobre nuestra vida.
En un explícito abuso de poder, la cúpula de la Iglesia católica usó el tedéum oficial nacional y en las provincias para demandar la oposición a la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Eso es ofensivo de muchas maneras. Se obliga a los legisladores y gobernantes en una fecha patria a recibir pasivamente las admoniciones extorsivas de una religión que tiene privilegios económicos y políticos, y lo hace en las voces de una institución que por motivos dogmáticos excluye a las mujeres, de modo que nunca deberán poner a prueba en sus cuerpos y decisiones morales sus dogmas sobre aborto. Si tuvieran en los púlpitos la persuasión dogmática buscada, no necesitarían esta insistencia para transformar el pecado en delito. Si sus castigos fueran eficaces, no necesitarían perseguirlo con la fuerza pública. Para un Estado laico, esta interferencia (sumada al privilegio de la financiación pública del culto) es claramente antidemocrática.
Los argumentos filosóficos formulados en contra de este proyecto de ley presentan notorias debilidades lógico-semánticas vinculadas con la comprensión de la vaguedad conceptual, la construcción del significado de los conceptos de clases naturales y la diferencia aristotélico-escolástica entre acto y potencia. No es este el espacio para exponerlas. Pero hay uno de otra índole que aparece en ámbitos culturales diferentes y que es ilustrativo de la difundida ceguera al trasfondo prejuicioso de numerosos opositores a este proyecto. Sin base en investigaciones científicas, sin siquiera apreciar su necesidad, con recurso a la mera intuición individual, se teme que la ley dispare un libertino descontrol sexual con ilimitado crecimiento de la tasa de embarazos, derivado de la incontinencia emocional y la inferioridad intelectual de las mujeres.
Es curioso que se pase por alto que, en las situaciones típicas, el embarazo requiere la participación de varones y que entonces, si acaso se disparase semejante desenfreno, el hecho revelaría en ellos pareja (al menos) torpeza moral e indigencia racional, difícilmente paliadas por hipotético recurso a circunstanciales intervenciones de serpientes diabólicas de incidencia exclusiva en las avanzadas mentes varoniles y cuya permanencia en las sombras servía muy bien al propósito de conservar, irracionalmente, un privilegio de género en la elaboración de las leyes.
El aborto constituye una demanda permanente del movimiento de mujeres desde el retorno de la democracia. En todos los Encuentros Nacionales de Mujeres se ha expresado de modo elocuente. En estas décadas nos hemos ocupado de desarmar muchas falacias, recolectar datos y evidencias genuinas y refinar nuestras razones. Muchas de esas razones han sido expuestas en las audiencias públicas. Los derechos de toda persona en relación con su sexualidad pueden ser reproductivos o no reproductivos, y el Estado debe garantizar ambos tipos de derechos con políticas adecuadas.
Las mujeres somos capaces de gestar, de parir, de amamantar, pero esa capacidad no puede transformarse en una obligación. Tenemos el derecho a una maternidad deseada y no el deber de una maternidad forzada. Un embarazo deseado coincide con la voluntad procreacional, y el Estado está obligado a garantizar el respeto a ese proyecto vital. Un embarazo forzado se da cuando no hay voluntad procreacional, o cuando hay obstáculos que nos dañan, y se evalúa entonces su continuidad o interrupción; y la persona gestante es quien debe decidirlo y debería tener derecho a interrumpirlo respaldada por el Estado.
Recordemos que el Código Civil establece la prioridad de la voluntad procreacional sobre la maternidad o paternidad biológica, pero las objeciones a la interrupción del embarazo pretenden que la mera condición de gestación obligue a la maternidad, aunque sea involuntaria o amenace con un daño o sea expresamente contradictoria con la voluntad de la persona gestante, y esto afecta su libertad y su dignidad. Se nos obliga a una conducta heroica, supererogatoria, y eso no es exigible moralmente. El punto es quién toma la decisión: esta es la cuestión política. Porque involucra relaciones de poder, y porque forma parte de la construcción de ciudadanía.
En este debate se decide si se reconoce el estatus moral de las mujeres para tomar decisiones autónomas sobre sus propias vidas, o si continuamos bajo tutela. La autonomía sobre el propio cuerpo gestante es un derecho inalienable; por ende, la clandestinización, la criminalización y la muerte por abortos inseguros no deberían ser NUNCA MAS una política de Estado. Lo que se discute es si una mujer que aborta debe ir presa o no, y si hacerlo de modo seguro o inseguro debe depender de su estatus económico; por eso se pide aborto legal, seguro y gratuito.
Quienes estamos a favor de la ley de interrupción voluntaria del embarazo no intentamos imponer nuestras decisiones a quienes están en contra del aborto. Y nos hemos asegurado de que ninguna mujer sea obligada a abortar, porque su consentimiento debe ser explícito. Pero quienes objetan la ley pretenden imponer sus preferencias morales e impedir que el resto de la sociedad pueda planificar su vida con otras convicciones éticas. La ética es racional y crítica, no dogmática; el dogma es religioso. Quienes sigan un dogma podrán no abortar.
Que la interrupción voluntaria del embarazo se legalice es un hecho político que repara la desigualdad de poder en la apropiación de las decisiones sobre los cuerpos gestantes. Que no se legalice y se perpetúen los abortos clandestinos y riesgosos también es una acción política, esta vez a favor de la apropiación de los cuerpos gestantes como medios para fines que no son propios de su decisión autónoma. Y no considerar a las mujeres un fin en sí mismas es un hecho inmoral que nos obliga a un sometimiento indigno de la condición humana.
Por otra parte, se puede defender el derecho a la vida de las personas nacidas y en etapas gestacionales sin penalizar el aborto. La vida se defiende positivamente y no mediante prohibiciones; es bueno que algunas de las formas estatales de esta defensa positiva se hayan recordado en el debate. Cuando promovimos normas (todavía incumplidas y obstaculizadas) sobre educación sexual y acceso a la anticoncepción, lo hicimos pensando en la autonomía de las mujeres para evitar un embarazo no deseado y una maternidad forzada.
Nosotras defendemos la vida. La legalización disminuye las muertes maternas, y también disminuye el número de abortos. La conclusión es lógica: si quieren salvar las dos vidas, como dicen, aprueben la ley de interrupción voluntaria del embarazo.
(Fuente www.perfil.com).
Hace pocos días participé en el programa Demasiado Humano por radio Futurock FM, conducido por Darío Sztajnszrajber en www.futurock.fm (programa que emite los lunes de 18 a 20hs)
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