2008/05/25 Clarín – Los hospitales de la Ciudad, en crisis por falta de equipamiento

Hay un solo resonador magnético para toda la Capital y los tomógrafos son viejísimos. Faltan camillas y respiradores. Sólo funciona el 50% de los quirófanos. El Gobierno dice que hay que invertir $ 150 millones.



Gerardo Young.
gyoung@clarin.com

La nena tiene cuatro años y el diagnóstico sobre un posible tumor maligno en el cerebro. Pero la nena debe enfrentarse a un segundo drama: el servicio de resonancia magnética del Hospital Fernández, único servicio gratuito en la Ciudad de Buenos Aires, le dio turno para el 26 de noviembre, cuando, si el pronóstico es acertado, probablemente ya sea tarde.

Ese caso, real y cotidiano, se resolvió el jueves pasado con un sobreturno acordado a último momento entre el Hospital Fernández y el ministerio de Salud porteño. Pero es una muestra del drama de la pobreza del hospital público de la Capital, en especial de la crisis de recursos tecnológicos y equipamiento médico. El único equipo de resonancia magnética, el del Fernández, vital para detectar tumores o daños graves en la espina dorsal, para colmo ni siquiera es del gobierno, sino de una empresa privada.

Un listado básico de lo que falta: al menos tres resonadores magnéticos (un millón de dólares cada uno), no menos de seis tomógrafos computados (500 mil dólares cada uno), mesas de cirugía para operar, equipos de hemodiálisis, respiradores pediátricos y de adultos, ecógrafos básicos, equipos de rayos X. Todos elementos elementales de traba jo, cuyo funcionamiento es fundamental en la medicina moderna, pero que escasean o funcionan mal o están rotos para siempre porque, de tan viejos, ya no se consiguen repuestos. Y faltan a montones, en todos los hospitales y centros de salud de la Ciudad, y desde hace años. Una muestra en el Muñiz: una mesa de anestesia, dos respiradores, microscopios varios, dos heladeras para guardar pruebas de sangre. Otra muestra en el de Niños «Ricardo Gutiérrez»: un equipo de rayos X, dos mesas para operaciones, un doppler, veinte cajas de instrumental de cirugía… La lista, claro, parece interminable.

Lo único positivo de esta crisis es que, al menos, es admitida por todos los sectores de la Salud y por todas las banderas políticas. La cuestión es cómo resolverla. El ministerio de Salud, a cargo de Jorge Lemus, propone que la única solución es con fondos extraordinarios al presupuesto, lo que por ahora es resistido en la oposición. El subsecretario de Atención Médica, Miguel Schiavone, es el artífice del diseño de las necesidades. Le dice a Clarín: «Estamos atrasados veinte años y cada año es un paso para atrás. Es como si tuviéramos computadoras Comodore 64. Es una computadora, claro, pero ya no sirve. Hay que sincerarse y decir cómo son las cosas».

Según la Auditoría General de la Ciudad, el atraso tecnológico es uno de los factores decisivos de la crisis de la salud porteña y tiene un costo comprobable en las largas esperas de los pacientes para conseguir, por ejemplo, un turno para operarse de la vesícula. «El sistema de salud está subadministrado«, dice un informe interno elevado la semana pasada a la auditora general, Sandra Bergenfeld. Y saca un cálculo: en los hospitales porteños sólo funciona el 50 por ciento de los quirófanos, mientras el resto espera refacciones en los techos, limpiezas general, más tecnología o personal técnico. Esto significa que se opera la mitad de lo que podría y debiera operarse.

El sistema de salud porteño -conformado por 33 hospitales y otros tantos centros de salud- recibe 9 millones de consultas al año e interna, por un promedio de 11,6 días cada uno, a unos 190 mil pacientes. Hay hospitales de todo tipo y magnitud: para atenciones generales, para niños, especializados en todas las disciplinas posibles, con un prestigio internacional y local ganado en años y años de excelencia médica y enfermeros casi heroicos. Pero los milagros escasean y la estructura de los hospitales es obsoleta, empezando por sus edificios, la mayoría de ellos construidos entre 1880 y 1930. Algunos, como el Hospital Piñero, todavía tienen los cableados eléctricos de tela, los mismos que hace ya un siglo; otros, como el Hospital Fernández, no cuentan con salida de emergencia en la zona de guardia médica; muchos o casi todos tienen ascensores de puertas tijera (prohibidos por las normas porteñas); y algunos otros, como el Hospital Alvarez, están tan abandonados que la red de oxígeno no alcanza a llegar a los pabellones donde se aloja a los enfermos más graves.

Pero si las falencias edilicias son graves, aún más las tecnológicas, culpa de la minúscula inversión de años. Para darse una idea, en los últimos cinco años nunca se invirtió en tecnología médica más que el uno por ciento del presupuesto total en Salud. Durante 2007, año electoral, el gasto de la gestión de Jorge Telerman fue apenas de 2,8 millones de pesos, es decir, unos 200 mil pesos por mes, lo mismo que nada para semejante estructura. Hoy, la mayoría de los tomógrafos -fundamentales para cientos de diagnósticos- tienen más de 15 años de uso, cuando su vida útil recomendada es de cinco años. Datos concretos: 23 años tiene el tomógrafo del Hospital Pirovano, 19 el del Udaondo, 13 el del Santojani. En el Pirovano, por ejemplo, dicen que cuando se rompa, ya no conseguirán repuestos en el mercado.

¿Cómo se soluciona? Con inversión, con bastante plata. El gobierno porteño elaboró un proyecto de ley que implicaría endeudar a la Ciudad en 150 millones de pesos para poder comprar un poco de todo: resonadores, tomógrafos, mamógrafos, mesas de anestesia, equipos radiográfi cos y hasta respiradores pediátricos, un elemento básico que durante 2007, cuando estalló la epidemia de la bronquiolitis, hubo que salir a pedir prestado a clínicas privadas.

El proyecto fue enviado a la Legislatura el mes pasado y está ahora en análisis dentro de las comisiones de Salud y Presupuesto. Los legisladores, sobre todo los de la oposición, ya lo están analizando y la semana pasada recibieron a Schiavone, el funcionario del ministerio de Salud de la Ciudad que diseñó la lista de las prioridades a comprar. Los argumentos del proyecto son claros: «La obsolescencia, escasez y desactualización tecnológica de la mayor parte de los hospitales», dice.

En la oposición miran el proyecto con cierta desconfianza, porque argumentan que no hay un análisis profundo de los faltantes y necesidades. «Estamos todos de acuerdo en la necesidad de comprar. Pero ojo, porque en el nombre de la urgencia no podemos votar cualquier cosa. Y hasta ahora no sabemos cuál es el respaldo real del pedido», se queja la legisladora Marta Diana Maffía, de la Coalición Cívica. La desconfianza avanza a otros sectores de la oposición, como el partido Diálogo por Buenos Aires, del ex jefe de gobierno, Aníbal Ibarra, acusado a su vez de ser uno de los responsables de la falta de inversión en el pasado. «El gobierno pide recursos extraordinarios, pero todavía no hizo nada con la plata que tiene asignada», se queja la legisladora Gabriela Alegre.

La discusión recién se inicia y la maquinaria tecnológica, claro, avanza hacia atrás. Es como las computadoras o los teléfonos celulares. Un tomógrafo cada día registra peor lo que pretende, cada día lo hace con mayor lentitud, cada día se hace más difícil y costoso repararlo. «Hay muchos equipos tirados, que ya no se pueden usar, porque no hay quién pueda arreglarlos. La verdad es que la última inversión fuerte se hizo en los primeros años noventa, con el uno a uno», cuenta la Defensora del pueblo de la ciudad, Alicia Pierini. En su informe a la Legislatura de esta semana, Schiavone sostuvo que se gastan al año unos 7 millones de pesos sólo en el mantenimiento de los equipos. En 2007, por caso, se gastó más en lo viejo que en lo nuevo. «Es porque no hay repuestos y los que hay son muy caros. Es como si hoy quisieras reconstruir un Fiat 600. Te saldría carísimo», dice Schiavone.

Aún de aprobarse el proyecto que se debate en la Legislatura -con modificaciones o no- es difícil que se llegue a incorporar la tecnología nueva por este año. Y no es el único problema del sistema de salud (Ver De las promesas…). Mientras los quirófanos funcionan a media máquina, los turnos para acceder a una resonancia magnética arrasan con seis meses de vida, el consuelo es que, al menos, el problema está a la vista de todos y no es necesario mirarlo a través de una tecnología que escasea.

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