2010/05/09 – La Nación – Los cines de antes presentan batalla

Un libro, reclamos de vecinos, una película y un proyecto legislativo reivindican a viejas salas

Por Pablo Sirvén

Durante mucho tiempo, ir al cine fue una cosa seria. No solamente porque la gente solía prepararse con sus mejores galas para un gran acontecimiento (lo era, en verdad), sino porque los lugares donde se proyectaban las películas eran verdaderos templos, portentos arquitectónicos que empezaban a hacer volar la imaginación de los espectadores mucho antes de ingresar a la sala.

Algunos murales por allí, otros grupos escultóricos por allá; techos corredizos para dejar pasar la brisa fresca de las noches veraniegas; ciertos cielos rasos finamente pintados por artistas hablaban de una magnificencia buscada para asombrar y para dar digno marco a la maravilla tecnológica con la que se despidió el siglo XIX.

El cine nació en 1895 en Francia gracias a la inventiva de los hermanos Louis y Auguste Lumière y menos de un año más tarde la Argentina fue uno de los primeros países interesados en traer el atractivo artificio a nuestra tierra.

Así como el circo criollo fue cuna del teatro argentino, hay que agregar que, combinado con la actuación de artistas y trapecistas, los primeros cortos cinematográficos se vieron en esas carpas inefables, también en algunas tiendas y en teatros como el Odeón. En 1897, Eugenio Py dirigió el cortometraje precursor local ( La bandera argentina ) y en 1915 Nobleza gaucha se convirtió en el primer gran éxito nacional. Apenas dos años más tarde, El apó stol, que era una sátira sobre Hipólito Yrigoyen, fue el primer dibujo animado de la historia.

Toda esta intensidad tan marcada y temprana por el que pronto llamarían «séptimo arte» será suntuosamente arropada aquí, en palacetes especialmente construidos para cobijar a la entonces nueva alhaja de la creatividad humana. No había ciudad ni barrio porteño que no ostentara con orgullo su cine con hambre de futuro promisorio.

Con los años, familias enteras se pasarían el día en las funciones «en continuado»; chicos y chicas entrarían a ver una película como amigos y saldrían como novios; los del secundario se ratearían del cole para ir a ver films subidos de tono. Las amigas irían a ver «cintas» (como se solía decir) de amor y los hombres, «vistas» de cowboys.

Un mundo idílico, con acto vivo incluido, maní con chocolate, operadores de proyectores con un amor y entrega por ese oficio como el entrañable Alfredo, que componía Philippe Noiret en Cinema Paradiso , y pesados telones que se corrían hacia los dos costados o hacia arriba completaban esa atmósfera de ensueño, de agradable rito compartido, que disfrutaron varias generaciones de argentinos.

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El deterioro no fue de un día para el otro. Si bien hubo variadas y concurrentes causas, la aparición de la TV en 1951 marcó el comienzo del ocaso, acentuado notablemente con la aparición de más canales a partir de 1960. El más cómodo y barato consumo doméstico de imágenes en movimiento empezó a retraer espectadores de las salas. El segundo golpazo llegó con el cable y la posibilidad de ver películas más recientes y no las antediluvianas que emitía la TV abierta. Entrados los 80, con la aparición de los videoclubes, poder ver cine en casa en cualquier momento significó otro serruchazo para los cines tradicionales. Ya en este siglo, la imparable proliferación de DVD legales y «truchos» (incluso de películas no estrenadas), la alternativa de bajar películas directamente de Internet o de ver fragmentos en YouTube y la proliferación de home theater s y de plasmas retrajeron todavía más público de los cines.

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Fueron cerrando en silencio, sin prisa pero sin pausa, en el interior y en los barrios de la Capital. Después, la mortandad de salas avanzó hacia el centro.

Algunas se convirtieron en estacionamientos; otras, en iglesias de pastores estridentes; también se transfiguraron en bingos y a no pocas se las abandonó tras una tapia a la espera de un futuro mejor.

En Cines de Buenos Aires, p atrimonio del siglo XX (Editorial Publicaciones Especializadas, Buenos Aires, 2010), las arquitectas Marta García Falcó y Patricia Méndez logran un valiosísimo trabajo de documentación gráfica de 300 cines que existieron entre 1896 y 2010. Subrayan allí que hubo «una arquitectura que, cuando no demolida totalmente, ha sido muchas veces jibarizada para aumentar fraccionadamente espacios de microcines que actúen a escala del inversor aunque pierdan los valores espaciales y la calidad de la propuesta original».

En efecto, en paralelo a la desaparición de salas, se dio la división de las grandes en otras más pequeñas.

La calle Lavalle sufrió un proceso peculiar: de las aglomeraciones a las salidas de los cines, pasó a ser habitada por personajes extraños. También, así como llegaron los cines a los shoppings en los 90, luego se fueron retirando de esos centros comerciales. De los siete cines que había en las inmediaciones de Santa Fe y Callao sólo quedaron dos que languidecen y el Village Recoleta cerró sus puertas para reabrir pronto con menos salas y más locales.

El nefasto pochoclo salvó el negocio de los exhibidores (a costa de sumar molestias a los que pretenden ver cine en paz; los celulares también fastidian, ¡y cómo!) y ni se diga el regreso triunfal del 3D. «En lo que va del año -apunta David Saragusti, de Cinemark-, estamos un 15-18% arriba. Desde Avatar , el 1° de enero de este año, fuimos siempre para arriba, comparando con los últimos tres o cuatro.»

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En los últimos tiempos ha empezado a sobrevenir una mayor conciencia ciudadana para defender algunos edificios emblemáticos que se estaban viniendo abajo: dentro de pocos días reabrirá como centro cultural el viejo cine Unión (Independencia al 2800), que data de 1933, y donde funciona la Unión Ferroviaria. En la Legislatura porteña la diputada de la Coalición Cívica Diana Maffia acaba de presentar un proyecto para declarar sitio histórico el cine teatro Pueyrredón y evitar así que se sumen nuevas desnaturalizaciones tras el cierre, en junio de 2009, de la agencia hípica que allí funcionaba. «La ley N° 1029 -dice en sus considerandos- se ocupa especialmente de preservar las salascinematográficas

que constituyen un valor cultural para la ciudad y la ley 1227 otorga el marco legal de protección a estos sitios, que son parte de la historia de nuestra ciudad«.

En Mataderos, los vecinos luchan para que reabra El Plata. Hace un par de semanas, hubo un festival para que no se demuela el Aconcagua, de Villa Urquiza. En la zona norte se quemó el Bristol y se cerró el Astro. El Instituto de Cine, por su parte, abrirá mañana en San Juan su Espacio Incaa N° 31.

Con la misma temática, el 27 de mayo se estrenará la película documental Cine, dioses y billetes , de Lucas Brunetto, que revisita viejos espacios con algunos personajes emblemáticos de los años de gloria de las salas de cine.

«De las salas existentes en la década de 1940, más del 50 por ciento fue demolido o transformado para otros usos», advierten en Cines de Buenos Aires… las arquitectas Falcó y Méndez.

Ahora, por suerte, crece la convicción social de que esos lugares deben ser preservados de alguna manera por su condición de ser reservorios de la memoria colectiva de tiempos mejores que todavía, si queremos, estamos en condiciones de recuperar.

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