¡justicia!
Ese día me había levantado tarde, Hernán había llevado a los chicos hasta el Nacional 17 porque tenía que ir al centro y le quedaba de paso. Mientras tomaba un té hablaba por teléfono con mi hermano, mamá cumplía años el 23 y queríamos hacerle una fiesta. De pronto el sonido de un gran estruendo, como una explosión interrumpió la conversación, grité «explotó la estación de sevicio de la otra cuadra» y corté la comunicación.
Salí al balcón y vi a todxs mis vecinxs asomados, «¿dónde fue?¿dónde fue?», nos preguntábamos a los gritos: «no se ve nada». Entré corriendo y prendí la radio. Nada, ninguna noticia. Movía el dial para encontrar algo y entonces escucho a un periodista decir «hubo una gran explosión en la calle Pasteur». Mi amiga Patricia vivía en esa calle, llamé por téléfono y nadie atendía.
Entré en pánico, ¿qué clase de explosión era aquella que yo vivía en Flores y la escuché como si fuera en la otra cuadra? En la radio ya se hablaba del tema; recuerdo palabras «desastre» ,»horror». Sonó el teléfono era Patricia, lloraba y apenas podía hablar «es en la Amia, a unas cuadras de acá, me voy para allá, todos los vecinos corren a ayudar».
Vuelve a sonar el teléfono era Hernán, hubo una explosión y parece que derrumbó un edificio, yo estoy bien pero iba manejando por la calle Cordoba y tembló ¿la tierra no sabes que pasó? Salí, tomé un taxi hacia Pasteur, el taxista me dijo «parece que hubo una explosión ahi en el edificio de los judíos».
Llegué lo más cerca que pude y corrí, corrí.
Nunca, nunca, nunca voy al olvidar lo que ví y lo que viví. Escombros, gritos, sangre, gente que trataba de ayudar sin saber cómo.
«Debe haber muchos muertos», me dije. Alguien me dio un par de guantes de goma color naranja «ayudá, ayudá, ayudá».
Caminé dos pasos, tomé una piedra tenía sangre. Y empecé a llorar. Atontada, paralizada.
No pude ayudar a nadie, no sabía qué hacer, había órdenes cruzadas, personas heridas, algunos polícias, alguna ambulancia, caos. Y me fui. Empecé a caminar por Pasteur hacia Rivadavia, como una zombi.
Cientos de personas corrian a mi alrededor, me miré las manos tenía la piedra ensangrentada, no podía parar de llorar.
Me agaché junto a un árbol y la enterré lenta, cuidadosamente, despues me saqué los guantes y se los dí a alguien que pasaba.
No sé porque en medio del horror hice eso, no lo sé. Recuerdo que caminé mucho tiempo hasta llegar a mi casa.
Después… lo que todxs vivimos, la información, la desinformación, la falta de justicia, los actos de todos los años para recordar, llamar a ese día con nombre de archivo: 18-J, gobernantes que prometen investigaciones que nunca terminan… o nunca empiezan.
Hay un edificio nuevo en el lugar, los nombres de los que murieron escritos en la pared. Y al pie de un árbol, la sangre en una piedra de alguien que sufrió un atentado, que vive o murió ese día, sin nombre, sexo, edad o religión, que está enterrada en medio de la ciudad en la que vivo esperando JUSTICIA.
Elsa Ramos
Todavía siento escalofríos por el maravilloso relato de cómo la vida cotidiana puede cambiar en un segundo y la apelación a la memoria es la mejor forma de hacer justicia desde otro lugar cuando la misma es negada por quienes deberían ser ejecutorxs de la misma. Además estupendamente escrito.
RECUERDO COMO EL DÍA DE HOY QUE FUI A UNA DE LAS PRIMERAS MARCHAS QUE SE HICIERON RECLAMANDO JUSTICIA Y ESCLARECIMIENTO DE LOS HECHOS. LLOVÍA A CANTAROS, ERAMOS MILES Y MILES DE PERSONAS, Y NADIE NOS DETUVO, NI SIQUIERA ESE DILUVIO, QUE AUNQUE PARECÍA UNA CONSPIRACIÍON PARA QUE NOS FUERAMOS, LA CAUSA FUE LO SUFICIENTEMENTE JUSTA Y VERDADERA PARA QUE NADIE, NADIE ABANDONARA EL LUGAR.
MAÑANA A 15 AÑOS SIGO ESPERANDO JUSTICIA Y ESCLARECIMIENTO DE LOS HECHOS, QUIZÁS TAMBIEN CON UN DÍA COMO AQUEL CON LLUVIA
Quizás sea la escritura la que salve a la memoria infiel de su destino de olvido.
Excelente relato, Elsa, vívido, sentido y justo, que rescata ese instante evocado en otro contexto por la letra de Semprun, casi al comienzo de La escritura o la vida:
«No podían comprenderlo, realmente no podían esos tres oficiales. Habría que contarles lo del humo: denso a veces, negro como el hollín en el cielo variable.
O bien ligero y gris, casi vaporoso flotando al albur de los vientos sobre los vivos arracimados, como un presagio, una despedida.
Humo para una mortaja tan extensa como el cielo, último rastro del paso, cuerpos y almas de los compañeros.
Se necesitarían horas, temporadas enteras, la eternidad del relato para poder dar cuenta de una forma aproximada».