2005/01/11 Clarín: Cromagnon, Estado sin república

Cromagnon, Estado sin república

Clarín, Debate, martes 11 de enero de 2005
Cromagnon, Estado sin república
Por Diana Maffía. PROFESORA DE LA UBA. DIRECTORA ACADEMICA DEL INST. HANNAH
ARENDT

En el Estado Cromagnon se lincha a los victimarios. En una república esto no es así si todos son ciudadanos. Pero los jóvenes padecen exclusiones, y el rock, con una estética Cromagnon, expresa el anhelo de inclusión.

El diccionario de María Moliner define así al oxímoron: «figura retórica que
consiste en la unión de dos palabras de significado opuesto». El empresario
de la noche Omar Chabán eligió un oxímoron para bautizar a su última
criatura: República Cromañón. La República alude a los ideales libertarios
de la Revolución Francesa, al contrato social que hace de todo habitante un
ciudadano, a los derechos universales. Cromagnon, en cambio, alude a un
eslabón en la cadena evolutiva, un ser pretotémico que no es capaz de
formular ni de atenerse a normas que limiten de algún modo sus impulsos, y
no concibe todavía las ventajas de vivir en sociedad.

Los jóvenes que concurrieron la fatídica noche del 30 de diciembre a
República Cromañón, también eligieron actuar un oxímoron: ser todos
Callejeros en un lugar cerrado, ser libres en una trampa mortal. La banda de
rock prometía transpirar libertad en un ritual colectivo, pero previamente
sus seguidores debían pagar la entrada a un sitio sin salida que, como el
infierno del Dante, merecía advertir «abandonad toda esperanza vosotros que
entráis». El horror en el que voluntariamente se inscribieron, permite medir
la magnitud del horror del que huyen cotidianamente. Como de contrabando en
tal infierno, si algo llevaban consigo esos chicos era esperanza. Esperanza
de un tiempo para ellos, sin controles, comunicándose entre sí y formando
parte de algo grande, donde la garganta se abre y el cuerpo vibra, y donde
alguien canta poniéndole palabras a sentimientos que no saben expresar pero
que actúan. Claro que también llevaron bengalas, y las arrojaron aunque
estaba prohibido. Es que transgredir es parte del código.

Podríamos preguntarnos si ese código, el código rockero, pertenece a la
República o a Cromagnon. Yo creo que para que haya transgresión, lógicamente
tiene que haber norma. Si esa norma (ejemplificada en la Constitución,
nuestro contrato jurídico básico) es representativa de los intereses que ha
consensuado toda la sociedad, la transgresión es un delito. Si en cambio la
ley es la astucia de los poderosos para controlar y explotar segmentos
sociales enteros, la transgresión es resistencia civil, rebeldía ante la
opresión. ¿Les permitimos a los jóvenes sentir que las leyes, la Policía,
los funcionarios y los políticos están velando sus derechos, tomando en
cuenta sus intereses, garantizándoles el futuro?

Para fundar una sociedad hace falta, en primer lugar, delimitar quiénes
serán considerados ciudadanos. Es un pacto moral previo al contrato, que
dice quiénes cuentan en la convivencia. Si ese pacto moral no es inclusivo,
la república es una mentira. La Revolución Francesa no fue inclusiva,
nuestra República fundada en mayo de 1810 tampoco lo fue, y estamos en deuda
ciudadana con un explícito pacto moral incluyente. El contrato es no sólo un
pacto fraterno, en el que nos comprometemos a respetar ciertos derechos
básicos, sino también un pacto de poder que le reconoce a la autoridad
elegida para ello, la facultad y obligación de controlar el cumplimiento del
contrato. Si los ciudadanos no respetan las normas y no se comportan
solidariamente entre sí, el pacto está roto. Si las autoridades dejan
impunes las violaciones, también se rompe el pacto. Y entonces regresamos al
Estado Cromagnon. En el Estado Cromagnon no se juzga a los victimarios,
sencillamente (si la relación de fuerzas las ayuda) las víctimas los
linchan; porque no hay autoridad que haga de árbitro en el respeto a los
derechos de cada uno. No hay reglas, es todos contra todos.

Idealmente, el Estado Republicano no permite llegar a esos extremos. Pero
para que así ocurra, todos los habitantes tienen que ser ciudadanos; y los
jóvenes que concurren a ése y a otros recitales están lejos de serlo. Padres
adolescentes, primeras víctimas de violencia y accidentes, expulsados de la
escuela y del trabajo pero incluidos en el consumo de tabaco, de drogas y de
alcohol, e incluso de aquellas mercancías que les prometen protestar contra
una sociedad consumista, reclaman a los gritos lo que les corresponde por
derecho. Con una estética Cromagnon, piden su inclusión en la República.

A la inversa, los irrespetuosos empresarios, políticos y funcionarios
habituados a sacar partido de la anomia, regidos por el más crudo y cínico
autointerés o en el mejor de los casos la burda defensa tribal corporativa,
pedirán (como los genocidas de la dictadura) ser tratados con todas las
garantías de la República.

Comparto con mis hijos (y cualquiera de estos jóvenes pudo serlo) la pasión
y la filosofía del rock. Que es una pasión ciertamente republicana, pero no
de una república careta. Como resumía tan bien el legendario Peter
Townshend, de The Who: «si grita pidiendo verdad en lugar de auxilio, si se
compromete con un coraje que no está seguro de poseer, si se pone de pie
para señalar algo que está mal, pero no pide sangre para redimirlo, entonces
es rock and roll».

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