2005/11/26 La Nación: «Cristina Kirchner quiere ser Perón», dice Diana Maffía

Por Sylvina Walger
Para La Nacion
La opinión de la filósofa e investigadoraDiana Maffía sostiene que hay mujeres políticas que llegan al poder “para que nada cambie” y que hay otras que llegan “solamente para cambiar ellas y que no cambie nadie más”. No resulta difícil imaginar a cuáles de sus congéneres apunta.

Añade esta doctora en filosofía, investigadora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la UBA y actual directora académica del Instituto Hannah Arendt, como para que no queden dudas, que Cristina Fernández de Kirchner, senadora electa por la provincia de Buenos Aires, “no quiere ser Eva, sino que quiere ser Perón, porque su modelo de identificación es con el liderazgo del primer conductor justicialista”.

Casada con el filósofo Alberto Moretti, con quien acaba de celebrar 25 años de plácida convivencia, Diana Maffía es madre de Celeste, de 21 años, y de Juan, de 17. En su casa, las discusiones familiares se basan en el libre intercambio de argumentaciones y en el sentido del humor. Sus amigos cuentan que, en vez de gritarse, cuando discuten “parece que estuvieran haciendo un seminario”.

Feminista, Maffía –además fue defensora del pueblo adjunta en el área de Derechos Humanos y Equidad

de 1998 a 2003- trata de que no le ocurra lo mismo que a una astrónoma a la que entrevistó una vez, cuya queja principal consistía en no haber logrado nunca que en el trabajo no se notara que tenía hijos y que en su casa no se notara que trabajaba.

«Familia y trabajo son los dos ideales con los que toda mujer trata de convivir, pero los dos son de dedicación exclusiva», explica Maffía, que parecería haber resuelto la ecuación.

-A partir de la existencia de tantas candidatas mujeres, incluso de la personalidad de Cristina Fernández de Kirchner, se ha generalizado la idea de que hay un avance en las conquistas femeninas.

-Algo que en su momento produjo impacto fue la ley de cupo. La ley de cupo es una medida afirmativa típica de la democracia liberal. Esta ley produjo muchas dudas en su momento. Hay algo muy paradójico: cuando se discutió el voto, en los años 40, muchas mujeres -sobre todo las feministas que habían alentado el voto, como Alicia Moreau de Justo y Victoria Ocampo, por poner dos ejemplos muy paradigmáticos- se opusieron, porque el voto era un proyecto de Perón para hegemonizar el poder. Con el cupo se produjo lo mismo.

-¿Se opusieron quienes se presumía que deberían apoyarlo?

-Muchas mujeres que querían mayor participación de las mujeres en la política se opusieron, porque el cupo lo firmaba Carlos Menem y resultaba obvio que era una figurita de cambio, primero para poder manipular su poder y, después, para compensar las restricciones que estaba poniendo, al alinearse con el Vaticano y con los países islámicos, en materia de derechos sexuales y reproductivos.

-¿Por qué sucedió eso?

-Pensemos que el Foro de El Cairo fue en el año 1994 y que Menem llevó a esa reunión la misma posición que los talibanes.

-¿Así de extrema?

-Sí. El cupo era una especie de compensación psicótica de las que él solía dar, y a muchas se les planteaba la duda de si iban a entrar en los cuerpos legislativos realmente aquellas que luchan por los derechos de las mujeres o aquellas que no garantizan nada. Finalmente, entró de todo. Por otra parte, es lo mismo que pasa con los varones. Cuando se aplicó la ley de cupo por primera vez, en la Convención Constituyente de 1994, fue algo sumamente relevante, porque en esa Constitución reformada Rodolfo Barra, quien fue ministro de Justicia en época de Menem, quiso incluir una cláusula prohibitiva del aborto como principio constitucional.

-Pero, finalmente, no pudo hacerlo…

-No lo logró porque el conjunto de mujeres que estaba en la Constituyente se opuso, transversalmente. Es decir que hubo ahí una primera muestra de que si las mujeres son sujeto de la política, y no meramente objeto, hay determinado tipo de cosas sobre las cuales pueden consensuar. No poner una cláusula prohibitiva del aborto no quiere decir estar en favor del aborto. Simplemente, quería decir que las mujeres estaban pensando que ésa no era una cláusula para ir en una constitución, porque nosotros tenemos el Código de San José de Costa Rica, que dice, en su primer artículo, que protege la vida en general desde el momento de la concepción.

-¿O sea que es una obligación del Estado proteger la vida desde el momento de la concepción?

-El Estado le debería dar protección a toda vida en gestación, cosa que no hace. Lo que sí hace es poner obstáculos si alguien quiere interrumpir el embarazo, pero no apoyar si alguien quiere continuar con el embarazo. El Estado no toma a su cargo la protección de esa vida, lo que haría que muchas mujeres decidieran no abortar. Entonces, que ese principio hable de «la protección de la vida en general» significa que el derecho a la vida no es un derecho absoluto, sino que está en el contexto de los otros derechos humanos, y que si se da un conflicto entre derechos hay que evaluar uno de mayor jerarquía. Nuestro Código Penal, que por ahora no fue declarado inconstitucional, dice que la interrupción del embarazo se hace cuando corren riesgo la vida o la salud de la mujer, o en caso de violación o atentado al pudor de una mujer idiota o demente.

-¿Qué significado tiene para usted ese texto?

-Eso quiere decir que el Código privilegia el derecho de la mujer por sobre el derecho del niño por nacer, el embrión, el feto o como se lo quiera llamar. Hay una prioridad del derecho de la mujer fijada por el derecho penal. Sin embargo, los jueces fallan a favor de la vida por nacer. Acá hay una gran incongruencia. Se transforma a las mujeres en sujetos heroicos que tienen que ir contra cualquier obstáculo y no se les da ninguna facilidad para ejercer razonablemente, cuando es su plan personal, una maternidad con las seguridades que el Estado debería brindar. Esto es algo que ocurre solamente en el cuerpo de las mujeres y para lo que el Estado tiene poca sensibilidad.

-Volviendo al avance femenino, a su protagonismo en el plano político…

-Yo creo que cuando uno pregunta por el avance en general lo que hace es tomar ciertos indicadores. Es decir, síntomas que me permiten decir si avanzamos o no avanzamos. En general, esos indicadores suelen ser cuantitativos. Uno analiza, en los últimos diez, quince o veinte años, cuántas mujeres había en política y cuántas hay ahora. Cuántas estudiaban antes y cuántas estudian ahora. Cuántas trabajaban fuera de su casa, ayer y hoy. Eso nos permite ver con mucha claridad un progreso del acceso de las mujeres a ciertas actividades del ámbito público.

-¿Hubo, entonces, una evolución?

-Vistos los indicadores numéricos en crudo, hubo una evolución. Creo que si uno refina los indicadores se encuentra con que todavía hay mucha discriminación y mucha segregación. Y si uno entrevista a las mujeres, ve que los costos subjetivos son casi heroicos. No se entiende cómo las mujeres pudieron someterse a renunciamientos que ninguno de sus compañeros varones tuvo que asumir.

-¿Cómo son los liderazgos femeninos que hoy prevalecen, particularmente desde el poder?

-Creo que se puede pensar en dos tipos de avances diferentes. Una cosa es el avance que le da capacidad de ascenso a una mujer individual, el hecho de que logre un cargo político, un buen trabajo, lo que le da una posibilidad de ascenso individual. Lo que hay que preguntarse es si este progreso tiene algún impacto sobre el resto de las mujeres. Si para el movimiento de las mujeres, o para el colectivo de las mujeres, es un avance que permita decir: las mujeres han avanzado, no es que hayan avanzado sólo fulanita o menganita. Esto es más complicado.

-¿Cómo se traducen esas diferencias en la práctica?

-Muchas mujeres tienen una manera de ejercer la acumulación de un poder que es para ellas, pero que no lo transfieren a nadie más. No representan a otras mujeres, no quieren ser vistas como representantes del género femenino. Un caso típico es el de Cristina Fernández de Kirchner. Ella gana en la provincia de Buenos Aires, y gana con un discurso y un liderazgo totalmente neutralizados, y hasta se diría que masculinizados. Es más: cuando se informa sobre los resultados finales, ella agradece a los hombres de la provincia. Dice que va a gobernar para los hombres de la provincia. De vez en cuando, se acuerda y dice: «Voy a gobernar para los hombres y las mujeres», porque alguien le debe de haber dicho que recordara que ella no es, precisamente, uno de los hombres de la provincia. El gobernador Felipe Solá dio una comida para todas las nuevas diputadas, senadoras, concejalas, las personas elegidas en octubre último por el Frente para la Victoria, para las militantes que habían actuado fuertemente. Y Cristina Fernández de Kirchner no fue porque no quiso ser vista como «una mujer».

-¿Qué significa esa actitud?

-Quiero decir que ahí hay un tipo de liderazgo en el que ella obtiene poder y lo acumula de manera individual y personal. Hay otros liderazgos que producen una identificación inmediata, que puede hacer que muchas mujeres sientan que a través de esa mujer están reafirmándose, aunque en los hechos no ocurra así. Yo creo que éste es el tipo de liderazgo de Hilda González de Duhalde: un liderazgo domesticador.

-¿Cómo lo describiría?

-Es un liderazgo totalmente doméstico, que tranquiliza a muchas mujeres que sienten que Chiche Duhalde es una de ellas. Pero Chiche Duhalde llega para que nada cambie, para que ninguna de nosotras deje de ser lo que es. Mientras tanto, con Cristina Fernández de Kirchner cambia ella, pero no cambia nadie más.

-Si Cristina Fernández de Kirchner es una mujer inscripta en el mundo del hombre, es curioso que recurra permanentemente a Evita, que reivindicaba tanto su condición femenina, y de la manera más conservadora…

-Quizás, a diferencia de Hilda Duhalde, Evita tenía un discurso conciliador, pero su vida era totalmente transgresora. En cambio, en el caso de Chiche su vida es como su discurso. Es más congruente. Yo siempre insisto en que Cristina Kirchner no quiere ser Eva Perón, sino que quiere ser Perón. Su modelo de identificación es con el liderazgo del primer conductor justicialista.

-En general, se diría que a las mujeres les gusta la señora de Kirchner. Si no, no hubiera tenido tantos votos. ¿Les gusta porque les parece linda y eso es muy importante acá?

-Leí en alguna parte que a Elisa Carrió muchas mujeres no la votaron porque había vuelto a engordar… Lo que pasa es que la belleza es un instrumento de poder que, además, se puede usar abusivamente, fálicamente. El hecho de que Elisa Carrió hubiera aumentado de peso fue considerado una debilidad.

-A Eva Perón se la adoraba, entre otras cosas, por su ropa.

-Creo que Evita se apropiaba de símbolos de la clase alta a los que la clase baja no iba a poder acceder nunca, y se los mostraba, como diciéndoles: «Yo también me puedo poner un vestido de Dior; yo también puedo ir al Colón». Los pobres vivían a través de ella esa reivindicación de calzarse los iconos de inaccesibilidad que tenía la clase alta.

-¿No ocurre algo parecido con Cristina Fernández de Kirchner?

-No, no es éste el caso de Cristina Kirchner. Ella nunca fue de clase baja, sino de clase media. Creo que cuando Evita hacía esa exhibición de ropa y riquezas, lo que estaba mostrando es que el destino es reversible con voluntad política.

-¿Por qué la Argentina no firma el protocolo de la Convención para la Eliminación de todas las Formas de Discriminación para las Mujeres, más conocido por su sigla en inglés, Cedaw?

-Para que haya igualdad de condiciones, hay que garantizarles el acceso a los derechos a los sujetos más vulnerables. La Constitución de 1994 incluyó todos los tratados de derechos humanos y se ocupó especialmente de estos temas, ya sea con la Convención por los Derechos del Niño o con la Cedaw. En el caso de los derechos humanos, lo que asegura que esos derechos sean exigibles es lo que se llama «protocolo facultativo», un documento accesorio por el cual se acepta que un comité de las Naciones Unidas haga un seguimiento del cumplimiento o no de esos tratados. En este caso, del respeto por los derechos de las mujeres. Todos los tratados que están en la Constitución tienen su protocolo, salvo uno, que es la Cedaw.

-Para usted, ¿qué quiere decir esto?

-Quiere decir que hay una mitad de la población, que son las mujeres, cuyos derechos no son reclamables. Y esto me parece gravísimo en un gobierno que dice defender los derechos humanos. Acá vemos que hay retórica de izquierda y actitudes totalmente conservadoras.

-¿Acaso este gobierno defiende más los derechos humanos del pasado que los del presente?

-Exactamente. Ni siquiera defiende los del pasado, porque con los del pasado hay una retórica muy sesgada, también. Es muy general, no quiere enfrentarse con temas como cuál fue el verdadero papel de las agrupaciones políticas y de los grupos armados, porque hubo luchadores sociales y no sólo víctimas del genocidio de Estado.

-¿No encuentra nada rescatable en lo que ha venido haciendo el gobierno de Kirchner sobre este tema?

-Sí, yo creo que, de todas maneras, ha habido gestos muy importantes. No voy a ignorar el descabezamiento de la cúpula del Ejército, la nulidad del punto final y la obediencia debida, que fue un proyecto de Carrió, pero que, de todas maneras, se efectivizó. El cambio en la Corte me parece que fue extraordinariamente importante, lo mismo con la cúpula de la policía cuando hubo corrupción. Pero muchas veces son gestos rituales, poco acompañados por convicciones persistentes. En el caso del protocolo de la Cedaw, es casi ridícula la discusión por la cual hace dos años que no se lo firma, cuando todos los demás protocolos facultativos que tienen las mismas exigencias están firmados.

-¿Qué razones se esgrimen para no firmarlo?

-Uno de los argumentos que se esgrime, que es hipócrita, es que si se firmara el protocolo esto abriría la puerta a las exigencias femeninas en materia de derechos sexuales y reproductivos y, particularmente -según los grupos más extremos-, les abriría la puerta al aborto. Es una equivocación, porque el protocolo no agrega ningún derecho nuevo. Simplemente, agrega exigibilidad a lo que ya está sancionado.

-¿Nada cambió en los últimos tiempos?

-Mientras hubo una Corte Suprema que, claramente, por su constitución y por su orientación estaría dispuesta a frenar cualquier tipo de reclamo, hubo bastante tranquilidad respecto de que estos derechos no se iban a cumplir nunca. Ahora que parece que hubiera voluntad política del Ministerio de Salud y que hay un cambio en la Corte que sería favorable a otro tipo de reclamos, seguimos sin firmarlo. Es cierto que la Iglesia activó fuertemente para que no se firmara el protocolo, pero no se puede decir que este gobierno le tenga miedo a la Iglesia. Mientras el protocolo duerme en el Senado a la espera de su firma. No olvidemos que la comisión de Asuntos Constitucionales es conducida por la señora Cristina Fernández de Kirchner, que ni siquiera va a las reuniones donde esto se discute. No le interesa absolutamente nada, porque es algo que sólo afecta a la mitad de la población, que somos las mujeres.

-¿Cree que a este gobierno lo que le gusta es «patotear» a la Iglesia Católica, pero que no va a fondo con ningún tema conflictivo?

-A mí me parece que este gobierno, en particular el matrimonio Kirchner y mucho más Alicia Kirchner, con el tema de derechos sexuales y reproductivos tiene una posición sumamente conservadora y retrógrada.

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