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septiembre de 2017

Sincronicidad feminista

Comparto con ustedes la columna publicada el 24 de septiembre de 2017 en el Diario Perfil

Sincronicidad feminista

Por Diana Maffia

Deepak Chopra analiza la sincronicidad, la profundización de las complejidades del presente para ver que no hay coincidencias vacías de sentido. Esta semana viví dos experiencias en las que me gustaría buscar ese lazo oculto. La primera fue la repercusión de la participación de la vicepresidenta Gabriela Michetti ante la Asamblea General de la ONU. Quiero detenerme en su apreciación sobre las mujeres, “los atributos de lo femenino”, su “tendencia natural a unir”, su “vocación por nutrir, por cuidar, por tener una mirada empática” (aunque luego aclaró que estos no son atributos exclusivos de las mujeres), para concluir que “la nuestra debería ser, en definitiva, una obra de amor”. No leí todo su discurso, pero la escuché varias veces decir cosas similares.

Cierta concepción esencialista universal pasa de la descripción (cómo somos) a la prescripción (cómo deberíamos ser). Aunque la ética se ha ocupado de la imposibilidad de deducir proposiciones normativas a partir de proposiciones fácticas, esta falacia tiene un soporte cultural fuerte cada vez que la autoridad para determinar el lugar social de las mujeres proviene de nuestra presunta naturaleza. Las mujeres no sólo somos muy diversas: tenemos derecho a ser muy diversas.

Algunas mujeres somos madres y otras no, algunas tenemos amores que no resultan en la reproducción, algunas tenemos feminidades que no se expresan en cuerpos de mujeres biológicas. Y aún aquellas que somos madres, podemos o decidimos amamantar y otras no, y hay derecho a reclamar las condiciones para hacerlo o no, en concordancia con nuestros planes de vida. Y más: si a partir de nuestra capacidad biológica de amamantar se pretende explicar que la tarea de procesar los alimentos debe estar a cargo de mujeres, feminizamos las tareas de cuidado de modos que son lesivos para otro de los proyectos que Michetti expresó con menos contundencia que el original “pobreza cero”.

La segunda experiencia fue leer una entrevista a María Nieves Rico, directora de la División de Asuntos de Género (DAG) de la Cepal (El tiempo de las mujeres es político, 18/9/2017), que habló sobre la desigualdad política en el uso del tiempo en un seminario en Tucumán. Rosario, Tucumán, entre muchos otros espacios académicos y sociales, son lugares donde se desarrollan saberes fundados en datos, que son ignorados cuando se representa a nuestro país desconociéndolos y expresando opiniones que sacrifican esos estudios en –como la propia Michetti dice– “el altar de nuestros prejuicios”.

Hace más de 20 años que la DAG y los estudios feministas procuran que las políticas públicas incorporen una perspectiva de género, autonomía y derechos de las mujeres. Producimos estadísticas e indicadores para hacer seguimientos de nuestra situación, pero aún hay resistencias para que la pobreza se mida de un modo que incorpore este enfoque. Y no se trata sólo de desagregar información por sexo como variable relevante, sino de identificar modos de discriminación que derivan de la división sexual del trabajo, el sistema patriarcal, la falta de acceso a los recursos y los procesos de toma de decisiones. “Pobreza cero” debe incluir estos aspectos no sólo por razones teóricas, sino porque la pobreza tiene género: afecta más a las mujeres. Y la falta de tiempo de las mujeres, por la reproducción gratuita de las tareas de cuidado, extiende esa pobreza en el tiempo y derrama sobre la familia en las generaciones.

Que las tareas de cuidado tienen género es una asignación cultural y política (no natural ni biológica) que reproduce la pobreza. Las mujeres más pobres destinan más tiempo al cuidado que las más ricas (porque no pueden tercerizar esas tareas “domésticas” en el “mercado” –casi siempre informal– para que las hagan… otras mujeres). Pero en cualquiera de los quintiles de distribución económica el tiempo dedicado por las mujeres es mucho mayor que el de los varones, que casi no hacen tareas domésticas, tengan o no ingresos propios, cualquiera sea su nivel de ingresos, sean pobres o no.

Hace años que la economía feminista propone dar valor al trabajo no remunerado en el Sistema de Cuentas Nacionales, para hacer visible la producción oculta de las mujeres. Incorporar el aporte del cuidado al análisis macroeconómico, al diseño de políticas públicas y a la toma de decisiones. No se trata de mercantilizar el amor, sino de traducir la desigualdad al lenguaje de la moneda. Porque “el objetivo de avanzar al aspiracional pobreza cero” (según lo redefinió Michetti) requiere políticas para construir igualdad política, y no para justificar la desigualdad en las diferencias biológicas y psicológicas. Se requiere desnaturalizar las relaciones sociales, percibir las diversidades, no presuponer las demandas sino que participen en ellas las destinatarias.

Lo dijo el feminismo de los 60 y cobra nuevo sentido: “Lo personal es político”.