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autorMarcela Espíndola fecha4 Ago 2021 categoriaactualidad, Derecho, familias, niñas/os comentariosDejá tu comentario

Charla informativa Curso de Posgrado Infancias y adolescencias

PH: Archivo General de la Nación Argentina

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Mañana 05/08 de 17 a 18 horas presentamos el curso Posgrado Derecho UBA
Infancias y adolescencias en perspectiva de género
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✅presentamos jueves 05/08 de 17 a 18 horas
✅nos vemos por zoom en https://bit.ly/3xrPB4Q
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Dialogo sobre feminismos con El Popular de Olavarria

Comparto con ustedes la entrevista completa publicada por el diario El Popular (Olavarría).

19.03 | Columnistas ENTREVISTA. La filósofa Diana Maffia plantea que «la crueldad tiene otras manifestaciones que la violencia visible»

«El género de las personas va a dejar de figurar en los documentos de identidad»

Los géneros y su insignificancia. Las luchas feministas a través de los tiempos. Una mirada amplia y profunda de la doctora en filosofía Diana Maffia. En diálogo con EL POPULAR habló del aprovechamiento de los oportunismos políticos, de cara a la igualdad.

Por Claudia Rafael – crafael@elpopular.com.ar

Diana Maffia es doctora en Filosofía, directora del Observatorio de Género en la Justicia del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires, y tiene décadas de luchas feministas tatuadas en la piel. Habla de aprovechar los oportunismos políticos y, de cara al futuro, de la insignificancia que tendrán los géneros en la documentación y en las cuestiones identitarias. Analiza este tiempo como «de transición» y asegura que le resulta deslumbrante.

-Como etapa histórica ¿es posible hacer una lectura del impacto que el movimiento feminista actual puede tener a futuro?

-El feminismo, después de décadas de haber tenido menos sensibilidad, recuperó la capacidad de unir los reclamos de género con otro tipo de reclamos. Como los vinculados a las cuestiones de clase, de etnia, de medioambiente. Es decir, pensar de manera más compleja la diversidad de las mujeres. El feminismo de nuestro siglo tiene el impacto de muchos movimientos sociales. El feminismo del siglo XIX tenía un mayor compromiso con el movimiento obrero de su época y más allá de decir «nosotras queremos estar en este mundo público» se trataba de criticar a este mundo público que era hostil para todas las mujeres pero también para muchos varones.

-Cuando mencionabas el entrecruce con otro tipo de luchas, siempre hay debates pendientes como el modo de entrecruzar las cuestiones de género y las de clase. Y analizar cómo se vivió todo esto al interior de los movimientos de izquierda de los años 70…

-Creo que hay más conciencia. Porque mujeres que fueron activistas dentro de los movimientos de izquierda -e incluso dentro de los movimientos armados- que han sido encarceladas, que han estado en situaciones de tortura, pudieron elaborar sus experiencias dentro de esas agrupaciones donde había también manifestaciones sexistas, misóginas y de desigualdad. Pero creo que, además, es muy interesante evaluar las condiciones de violencia sexual dentro de las situaciones de encierro y tortura. Comprenderlo como algo distinto de aquello que se había considerado en general bajo la descripción de tortura. Pensemos que cuando fue el juicio a las juntas en los 80, a las mujeres no se les permitía hacer públicas las situaciones de violencia sexual, de violación y de otras formas de violencia y abuso sexual que quizás hasta ni eran visibles.

-Es decir, la feminidad puertas adentro de un centro clandestino comportaba otros aditamentos…

-Claro. Todo lo que significaba la feminidad en esa situación de encierro y bajo tutelas de los torturadores. Más la cuestión de que muchas veces la violación era el modo de disciplinamiento a los varones. Era apelar al sentido de propiedad de un varón sobre el cuerpo de una mujer diciéndole «mirá lo que hacemos con tu mujer». Y que ese varón reaccionara con ese mismo sentido de propiedad. Es decir, que también ahí se jugaban aspectos del patriarcado. Que tuvieron que ser deconstruidos de una manera cuidadosa. Porque cualquier palabra de crítica abonaba el prejuicio y la violencia simbólica y social de los gobiernos autoritarios sobre lo que eran esas agrupaciones.

-Con una fidelidad que protegía los silencios y sabemos bien el impacto y el sentido de los silencios…

-Exactamente. Entonces, cuando pensamos en el aprendizaje que significó poder hacer esas evaluaciones, procesar esas experiencias, pensarlas como algo colectivo y no meramente individual, implica un proceso de reconstrucción de la memoria. Recién desde los juicios por la verdad comienza a verse la violencia sexual como un delito específico. Mientras que lo que se decía antes era: «esto es parte de la vida privada, no les vamos a exponer su intimidad en un juicio por lo tanto, de eso no se habla». Tuvieron que pasar 30 años para que de eso se hablara. Y fijate que la pena por violación y por abuso sexual es mayor que la pena por torturas. Sin embargo, se la subordinaba a la condición de tortura que era una condición común a varones y mujeres, a presos y presas para silenciar la especificidad de determinadas experiencias que atravesaron las mujeres por su condición de mujeres. Hubo varones violados también pero el tipo de violencia específica dirigida a las mujeres era utilizada para debilitar a los compañeros, para debilitar a los varones. Ahí hay un proceso que muestra que en la evolución en el análisis de las condiciones de género se ha resignado muchísimo. Es muy interesante ver investigaciones sobre feministas en los 70 y el conflicto que tenían al interior de las organizaciones, que muchas veces eran misóginas, y no eran receptivas a cuestiones de género y a las demandas feministas. Hubo muchas mujeres que abandonaron las organizaciones para poder destinar tiempo a la militancia feminista.

-¿Creés que en algunos casos eran incompatibles…?

-No sólo entonces. Te diría que jóvenes militantes que empezaron a participar con la crisis del 2001 y entraron a la política con esa experiencia de politización social defensiva frente a la crisis, también impugnaron esos movimientos diciendo «yo no voy a estar más, allí donde los líderes creen que tienen privilegios sobre los cuerpos de las chicas feministas». Todavía existen ese tipo de prerrogativas difíciles de desarmar.

-¿De qué maneras calificarías al movimiento feminista según las épocas?

-Podemos pensar como parte importante del movimiento a las sufragistas, que reclamaban los derechos políticos para las mujeres a fines del siglo XIX y principios del XX. Y esto, mucho antes del voto. Mujeres que, en muchos casos, impugnaron que el voto se consiguiera en condiciones de oportunismo político. Como ahora se está impugnando que el aborto sea discutido en esas condiciones. Pero todas las igualdades que fuimos consiguiendo fueron en contexto de oportunismo político. La cuestión es estar allí, con algo preparado en el momento, para después transformarlo en herramienta para cambiar la vida de las mujeres. Porque el voto, el cupo, la paridad, el aborto, el matrimonio igualitario… todos fueron en el medio de oportunismos políticos. Creo que otra parte importante tiene que ver con la condición de trabajadoras. Otro movimiento tuvo que ver con acceder a los niveles superiores de estudio. Pero hay una cuestión clave que tiene que ver con la visibilización de la palabra que se transforma en pública. Que fue algo construido.

-¿Cómo fluyeron esas improntas en tiempos de dictadura?

-La resistencia en la dictadura también fue importante y no pasaba sólo por la resistencia política partidaria. O incluso en las organizaciones armadas estaba el debate sobre pertenecer o no. Que tuvo para las mujeres -que, además, cargaban con los hijos y con la reproducción- el conflicto entre tener que estar escondiéndose, escapando y a la vez cuidándose. Ese aspecto tomaba a las mujeres en una vulnerabilidad muchísimo mayor y fue discutido. Y ya después de la dictadura fue usar al congreso como plataforma para obtener derechos. Creo que, en parte, las cuestiones que tienen que ver con el aborto, los derechos sexuales y reproductivos, la anticoncepción, las políticas sexuales, han atravesado estas décadas y se ha logrado a cuentagotas incidir en los programas estatales. Pero además, fue comenzar a repensar la feminidad en presencia de cuerpos que no están alineados con sus identidades, con sus prácticas sexuales, con sus expresiones de género. Esta deconstrucción fue muy fuerte a partir de los años 90 y el feminismo participó intensamente en esa discusión. Y luego creo ya más recientemente está la doble participación de las mujeres en otros movimientos emancipatorios pero con la exigencia de reconocerse antipatriarcales, de reconocer las relaciones de poder basadas en el género como parte de las relaciones de poder con las que los movimientos se tienen que comprometer.

-¿Es un salto cualitativo de estos tiempos el tema del cuerpo como territorio no apropiable?

-Creo que el cuerpo siempre fue una preocupación para las mujeres porque es el lugar donde radican las diferencias. El cuerpo que menstrua, el cuerpo que gesta, el cuerpo que pare, el cuerpo al que le pasan cosas que a los varones no. En las sociedades conservadoras se nos pretende atar a una condición de naturalidad. Es un cuerpo no politizado porque gesta y procrea naturalmente. Entonces nos ata a funciones que son, no ya desde lo biológico, reproductivas sociales, reproductivas de la fuerza de trabajo, a través de las tareas domésticas. Los cuerpos han sido resignificados, sobre todo en términos de identidad. Los cuerpos se piensan de otra manera.

-¿Qué creés que va a significar de aquí a 100 ó 200 años esta época? Sin intentar futurología…

-No, no se trata de futurología. Vos pensá que yo soy de mediados del siglo pasado. Vengo trayendo utopías viejas. Tengo 64. Mi tiempo futuro es mucho menor que mi tiempo pasado. Me resulta difícil pensarlo. Porque cuando comparto espacios con feministas jóvenes veo las diferencias de lenguaje. Del modo de poner el cuerpo en lo público. De la diferente performatividad de muchas protestas. Sus modos de asumir riesgos con el cuerpo. Hay muchas diferencias en el modo en que nos manifestamos. Creo que éste es un momento de muchísima transición y me deslumbra. Porque es una semilla que estuvimos regando, regando y regando y de golpe brota y sé positivamente que así como mi feminismo no brotó de la nada, este feminismo tampoco. Pero surge como algo que te deslumbra, que tiene su propia identidad, que tiene sus propias características.

-Y ¿hacia dónde vamos?

-Creo que esto por lo que tanto nos desvivimos, que es pensar las diferencias de género, va a hacia su insignificancia. Así como el matrimonio igualitario ya no es significativo, el género de las personas va a dejar de figurar, en algún momento, en los documentos de identidad. Así como antes, no hace tanto, en los DNI figuraba raza o color de piel -y ahora nos resultaría absurdo pensar algo así- creo que el género también está destinado a ser algo que carezca de la significación tan central que ha tenido en la historia. Entre otras cosas, porque el género es lo que hacía presumir las conductas sexuales que garantizaban la reproducción. Y estamos en un camino en el que la reproducción ya se manifiesta de otras maneras. Con la reproducción asistida, con los varones transgestantes… y la tecnología que avanza. Lejos de la utopía de los 70 que tenía el marxismo en donde el maternaje no era concebido como algo individual. Los cambios serán otros. Quién sabe si será a beneficio de nuestros ideales socialistas o para beneficio de los ideales totalitarios, explotadores. Y para mí es algo todavía misterioso qué ocurrirá con esos embriones gestados por una incubadora, a qué se destinarán. Esas funciones que por ahora están en el útero de una mujer… Como ya decía Platón, el útero es un demonio dentro de otro demonio. Es decir, las mujeres somos difíciles de controlar y ni siquiera nosotras controlamos nuestro útero. Se está buscando un plan B para que no sea la voluntad libre de cada mujer la que determine si va a tener sexo o no, con quién lo va a tener, si es con fines reproductivos o no. Todo eso, que son nuestras libertades garantizadas por los derechos humanos, está en permanente riesgo. Es decir, la lucha entre el bien y el mal creo que va a seguir pero seguramente los personajes van a estar vestidos de otra manera.

-¿De dónde brotó tu feminismo?

-Soy filósofa y mi vida estaba dedicada al estudio académico. Tuve compañeras que me fueron pasando bibliografía e incidieron en mí sobre aquellos problemas filosóficos que me habían sido presentados como neutrales y que eran totalmente misóginos. Entonces yo enseñaba algo que reproducía mi propia opresión. Como pasa con casi todos los conocimientos elaborados en contextos patriarcales. Que se transmiten desde el rol de madre, de maestra, de investigadora. Entonces tener una lectura crítica sobre esos contenidos fue para mí un proceso largo y complicado. Y luego, una lectura proactiva y creativa con otras feministas. Doy una materia que se llama Filosofía Feminista y dí una en Derecho que se llamaba Perspectiva Feminista del Derecho. Que creo que es la primera vez que la palabra feminista va en una materia crítica y no como historia del feminismo.

-Que seguramente escandalizaría a tus docentes en tus tiempos de estudiante de filosofía…

-Ni hablar. De hecho, en mi carrera fui muy castigada por manifestarme de esta manera. Si analizamos una carrera académica tradicional, a personas obedientes les fue mucho mejor en términos de concursos docentes, de carrera de investigación, de lograr lauros, medallas. A mí me fue bien en otras cosas, como mi voluntad de incidencia para el cambio social. Y para mí es una fuente maravillosa de alegría y sigue siendo un placer trabajar en eso. Yo no sé si esa alegría, ese compromiso y ese placer lo habrán tenido personas con más medallas. Pero para mí es una redefinición de los logros. No me interesan los logros académicos, sola y encerrada en una biblioteca, a expensas de otras mujeres que no llegan a esos lugares. Me interesa otro tipo de éxito.

-¿Establecés la diferencia entre violencia y crueldad de género?

-Creo que el término crueldad nos abre otros espacios. La crueldad tiene otras manifestaciones que la violencia visible. Hay muchas formas que tienen que ver con la opresión y que no se manifiestan violentamente. El halagar a una mujer que se queda en el molde y hace lo que el patriarcado espera que haga es una crueldad de género pero no es violencia en el sentido literal. Me parece que en la palabra crueldad, hay matices que nos permiten analizarnos como género humano, analizar las conductas pero sobre todo la vida social y sus consecuencias de manera mucho más aguda, más crítica. Es el ojo de la sospecha y siempre es bienvenido. 

Fuente: http://www.elpopular.com.ar/nota/110230/el-genero-de-las-personas-va-a-dejar-de-figurar-en-los-documentos-de-identidad

Entrevista Infobae: Varones y personas trans también pueden ser feministas

Comparto con ustedes esta entrevista recientemente publicada en Infobae.

Diana Maffía: «Varones y personas trans también pueden ser feministas»

La doctora en Filosofía y Directora del Observatorio de Género en la Justicia, reflexionó en Infobae sobre la condición de ser feminista y sobre la sororidad, el concepto que busca barrer con la opresión de género

Por

«Yo no soy feminista», dijo Araceli González hace unas pocas semanas, alertada porque alguien del panel del programa de televisión en el que estaba hablando la había asociado a esa condición. Aunque luego su intento de desmarcarse del mote de «feminista» fue desafortunado en la materia («Las respeto muchísimo, pero tengo un hijo varón precioso y un marido hermoso y respeto mucho a los hombres también», destacó de inmediato), lo cierto es que aquella primera frase, su defensa ante un supuesto insulto, sirvió para que en las redes sociales, por ejemplo, fuera defenestrada y respaldada por doquier. Y también, por fortuna, para que se continúe pensando, debatiendo y defendiendo el feminismo.

«No todas las mujeres son feministas; no es una cuestión hormonal sino política. Por lo tanto, ni todas las mujeres son feministas, ni solo las mujeres son feministas. Varones, personas trans también pueden ser feministas», asegura la especialista Diana Maffía, directora del Observatorio de Género en la Justicia del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires. Para ella, en la defensa que ciertas mujeres hacen de la desigualdad de género propia del sistema patriarcal imperante, se esconde la verdadera tragedia: «Que nosotras en nuestra vida cotidiana reproduzcamos las condiciones de desigualdad en lugar de producir condiciones o ser solidarias con la producción de condiciones más igualitarias, es trágico».

Porque para Maffía -doctora en Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, docente de la UBA, autora de numerosas publicaciones e investigadora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la UBA- la clave del cambio reside allí, en esa solidaridad necesaria, imprescindible, para que el patriarcado comience a crujir desde sus mismas bases. Esa solidaridad tiene un nombre que juega con sus mismas letras: Sororidad. «Es un pacto con las otras, implica ver a las otras como sujetos de cuidado, orientarnos éticamente hacia protegernos unas a otras», dice Maffía, y agrega: «Desde allí, podemos pensar una pluralidad solidaria que pueda consolidarnos como un sujeto político.»

-¿Qué significa la «Sororidad»? ¿Cómo nace el término y cuáles son sus alcances?

«Sororidad» es una modificación sobre el lenguaje, que viene a cambiar una palabra tradicional en la filosofía política: «Fraternidad». Esta a su vez tiene su raíz en latín, se refería a la igualdad de los «frates», de los hermanos varones. Desde ya, no incluía a las mujeres. Cuando la «Fraternidad» se transforma en un principio de la Revolución Francesa, en el origen del estado moderno, expulsaba a las mujeres. Las mujeres no estábamos incluidas en el Contrato Social. Entonces, desde el feminismo se piensa cómo sería una solidaridad que no fuera de «frates». La contraparte de la palabra «frates» es «sores» (Sor, hermana mujer) ¿Cómo sería una «Sororidad», una hermandad de mujeres? Y allí aparece este concepto, muy interesante desde el punto de vista práctico porque implica un pacto con las otras, implica ver a las otras como sujetos de cuidado, orientarnos éticamente hacia la protección de unas a otras, formando esa hermandad de mujeres. Incluirnos nosotras en un colectivo que el «nosotros» de la política, o el «todos» de la política, no incluía. «Sororidad»: pensar en nosotras una pluralidad solidaria que pueda consolidarse como un sujeto político.

-¿Todas las mujeres somos feministas?

Desafortunadamente no. Porque no es una cuestión hormonal el feminismo, es una cuestión política. El feminismo, creo yo, es una combinación de tres convicciones. Una, descriptiva: constatar que en todas las sociedades las mujeres estamos peor que los varones. El análisis de cualquier indicador social (trabajo, salud, educación etc.) arroja sistemáticamente esto: las mujeres todavía estamos en condiciones de desigualdad. La segunda es considerar que está mal que sea así. Y en tercer lugar, algo que creo yo que es lo que finalmente define el feminismo: hacer lo posible, como un compromiso práctico en nuestra vida cotidiana, para no reproducir esa desigualdad, y si es posible, para revertirla. Si alguien cree que las mujeres estamos peor, cree que eso es injusto, y está dispuesto a no reproducir esa injusticia en su vida cotidiana, y si es posible revertirla, yo diría que es feminista. Y esto no tiene que ver con los cuerpos sexuados, tiene que ver con las convicciones políticas de las personas. Entonces, a la pregunta de si todas las mujeres son feministas, yo diría que lamentablemente no. Y el «lamentablemente» tiene que ver con que las mujeres reproducimos las propias condiciones de desigualdad, y eso es trágico. Que nosotras en nuestra vida cotidiana reproduzcamos las condiciones de desigualdad en lugar de producir condiciones, o ser solidarias con la producción de condiciones más igualitarias.

-Desde hace unas semanas circulan declaraciones en distintos medios de comunicación de algunas mujeres que dicen «Yo no soy feminista», o que de distintas maneras expresan o reflejan lo impregnado que aún tenemos la cultura patriarcal. ¿Cómo hacemos para no excluir a aquellas mujeres sino traerlas, incluirlas?

Lo primero que debemos tener en claro es que el patriarcado, como sistema de poder, no se maneja solamente con castigos. Es decir, hay un efecto del patriarcado que es la violencia patriarcal o violencia machista. Ahora, el patriarcado también se maneja con premios. ¿Qué nos da el patriarcado como premio, para que admitamos el lugar en que nos ha puesto, el lugar de lo privado, el lugar de lo doméstico, el ser objeto de deseo de los varones y satisfacer ese deseo? Nos dice que hay roles maravillosos para las mujeres: ser madre, ser esposa, realizarte en lo íntimo o excepcionalmente algunas mujeres en lo público, que han logrado tener un gran desarrollo pero sin impactar en las relaciones de poder real asumido por los varones. Esas mujeres suelen ser tomadas como ejemplo por el patriarcado y son premiadas, siempre y cuando no generen conflictos en el sistema patriarcal.
Por ejemplo, yo hice una vez un estudio sobre mujeres científicas. Muchas de ellas que ya estaban en lugares destacados, eran investigadoras superiores del Conicet, el máximo lugar posible: el 75% eran solteras. Es decir, su carrera había sido desarrollada con mucho esfuerzo personal, pero decían que su costo había sido que no le habían podido dedicar tiempo a construir una familia, una pareja, tener hijos. Eso habría distraído la construcción de ese éxito. Es una situación compleja, que me parece que explica por qué muchas mujeres no van a decir «Soy feminista»: porque creen que hay hacer un esfuerzo individual, y que ese esfuerzo puede ser premiado, y que el ejemplo son ellas mismas. Creo entonces que la aspiración del feminismo debe ser representarnos a todas las mujeres, pero ese «todas» no puede ser abstracto y uniforme. Las mujeres expresamos aspiraciones muy diversas. Y tendríamos que tener permanentemente un diálogo sin descalificar a la otra persona. Un diálogo crítico, sin que esto signifique expulsar a alguien de un colectivo que se está construyendo.

-¿Cómo entendés vos esta, si se quiere, novedad de que se esté hablando de feminismo en programas muy populares de la televisión?

Yo estoy a favor de que las personas que somos feministas vayamos a hablar de feminismo a todos los lugares que podamos. Porque hay prejuicios contra el feminismo. Por ejemplo, que por ser feminista estamos en contra de la familia: yo estoy en contra de cierto tipo de relación de subordinación que implica lo familiar, y por supuesto estructuraré mis relaciones de manera diferente. Estoy en contra de que alguien esté obligada a la maternidad, y entonces mi maternidad es elegida y será vivida de manera diferente. Y desearía que toda mujer pueda elegirla, pero eso no quiere decir renunciar completamente a cierto tipo de planes de vida. Y más allá de los prejuicios, también es importante que haya voces permanentes con perspectiva de género en la televisión, en los paneles. Una cosa es invitar a alguien una hora, gratuitamente, a tu programa, y otra cosa es tener alguien que permanentemente va a poner su voz dentro un diálogo. Esta convicción un poquito más activa todavía no la veo. Por ahora somos rating, y es una cosa medio novedosa.

-Con respecto a las denuncias de abuso sexual en la justicia, ¿cuál es tu visión en la actualidad? ¿Por qué a veces no nos creen cuando denunciamos algo así?

En general, las situaciones de abuso, ciertos tipos de violencia, son situaciones que ocurren en la intimidad. Y en el caso particular del abuso sexual, o del acoso sexual laboral, en las mujeres, muchas veces el acoso ocurre de una manera paulatina que tardamos en decodificar. Cuando decidimos hacer una denuncia, lo que hay es un relato de una persona acerca de una experiencia personal. Ese relato, que es la acusación que la persona hace, debería ser tomado como prueba. Es muy común que les digan a las mujeres «¿Qué prueba tiene?». Yo, en general, cuando asesoro mujeres que están en estas situaciones les digo «No borres el mail, guárdalo, no borres tu Whatsapp, hacé una captura de pantalla del Facebook, si te dice algo tratá de que haya testigos». Es muy difícil sostener materialmente las denuncias de esta índole porque ocurren en privado y porque hay mucho temor, incluso de las mujeres al denunciar. Porque sus familias, sus parejas, la cultura imperante va a pensar que ella provocó algo y que luego no se quiso hacer cargo. Entonces, el modo en que en el lugar de trabajo y luego en la justicia se reciben estas denuncias es un modo muy estigmatizante para las mujeres, que son tratadas sistemáticamente como mentirosas. Culturalmente, es tremendo.

-¿Y existen pautas de sororidad frente a las denuncias por acoso, por ejemplo?

Sí, muchísimas. Diversos colectivos de mujeres salen a sostener a otra que denunció y que es descalificada públicamente. Se la acompaña, no solo a feministas: a una mujer cualquiera que se animó a decir que algo fue lesivo para su autonomía sexual o para su deseo, porque hay que tener claro que el hecho de que no haya llegado a ser una violación, no implica que no sea abuso.

-¿Y en el ambiente laboral?

En el trabajo dependerá. Porque el trabajo es un lugar muy complicado. Hay relaciones de poder de las que depende la supervivencia. La fragilidad en los tipos de contrato hace que muchas veces las mujeres no tengan la seguridad de poder acompañar eso, la certeza de que no serán castigadas. Y los sindicatos todavía tienen muchas dificultades para responder a este tipo de denuncias. Ni siquiera cumplen con su cupo sindical, hay pocas mujeres sindicalistas, y por lo tanto estas cuestiones de acoso sexual en el ámbito laboral en general quedan para comisiones de mujeres o comisiones de género con poca representatividad y poco poder. Sin embargo, los hay. Hay sindicatos que respaldan denuncias, no solo de abusos sino también de violencia laboral: muchas veces se apela a insultos que tienen que ver con el aspecto físico de las mujeres, con someterlas a situaciones, con negar la posibilidad de tener una situación de embarazo protegida y con todos los derechos que corresponde. Hay muchísimas maneras de maltrato, de violencia laboral, que van más allá que el acoso sexual.

-¿Cuál es tu postura sobre la prostitución?

Me parece que hay tres posiciones en relación con la prostitución. Una posición que es regulacionista, y dice a grandes rasgos que la prostitución es trabajo, y por lo tanto debe ser reglamentado, con las garantías de toda otra condición laboral». Otra posición es prohibicionista. Dice «No debe haber prostitución», y asegura que la prohibición bajaría la trata de personas. Yo creo que en general los métodos penales no son los que bajan un delito. Pero hay una tercera posición, la abolicionista, que no trata de prohibir la prostitución sencillamente porque no es un delito penal en nuestro país. Es decir, cada persona es libre de ejercer la prostitución porque no está violando ninguna ley. Sí reconoce que la prostitución es una situación de extrema vulnerabilidad, y que entonces el Estado debería dar garantías de tener alternativas de vida. Que no esté en prostitución ninguna persona que no quiera estarlo: capacitarla, darle trabajo, por ejemplo. Sí deben perseguirse todas aquellas maneras de explotar la prostitución. Porque una persona, en una situación vulnerable, puede ser explotada por un proxeneta, por alguien que va a obtener beneficios económicos a costa de su situación de prostitución. Y la trata de personas, como delito trasnacional, va a alimentar ese circuito que fuerza a mujeres que quizá no desearían estar en esa situación. Eso también debe ser combatido por el Estado. Y eso no está ocurriendo: el Estado persigue a las mujeres en prostitución, o a las travestis en prostitución, y no persigue el proxenetismo ni la explotación sexual. Y no ocurre, primero, porque hay corrupción: hay compromisos de fuerzas policiales, políticas y judiciales con la protección de la explotación sexual. Y segundo porque muchas veces eso produce un dinero que financia ciertas formas de hacer política. En lo personal, me defino abolicionista.

-¿Cómo te imaginás la lucha feminista de acá a cincuenta años?

Lo ideal sería pensar que la lucha feminista tuvo éxito, y que entonces hemos desarmado un sistema de poder que es complejo: es a la vez colonialista, capitalista y patriarcal. Es muy difícil pensar que dentro de cincuenta años se pueda haber desarmado tanto nudo. Pero me encantaría, sí, que pudiéramos tener la convicción de que ningún sistema de poder puede estar basado en la condición corporal de las personas. Que las condiciones de etnia, de sexo, de edad, las discapacidades, todas aparentemente naturales porque las portamos en los cuerpos, sean entendidas como lo que son: cargadas culturalmente, desvalorizadas, jerarquizadas negativamente. Y que eso no puede instalar una relación de poder, porque significa que las personas, simplemente por tener las corporalidades que tienen, estarán en condiciones de opresión. Que entendamos que, desde allí, no se puede fundar ningún tipo de sociedad democrática.

Fuente: https://www.infobae.com/sociedad/2018/02/19/diana-maffia-varones-y-personas-trans-tambien-pueden-ser-feministas/

Debate sobre la(s) familia(s) en la TV Publica

Comparto con ustedes el video del debate sobre la familia  en el programa Por Venir, ideas para el país que queremos, en la TV Pública,en el que participé junto con Ernesto Meccia (autor de libros como La cuestión gay, Los últimos homosexuales) y el rector de la Facultad de Ciencias de la Familia de la Universidad Austral Carlos Camean Ariza.

A continuación, el video y la descripción publicada en http://www.tvpublica.com.ar/articulo/la-familia/.

En Por Venir, ideas para el país que queremos, tres expertos con miradas diversas debaten sobre los grandes temas de la Argentina de hoy para pensar el mañana. Junto a Florencia Halfon y Eduardo Levy Yeyati, nos dedicamos en este séptimo programa a pensar un tema de gran importancia e impacto: la familia.

En esta ocasión Florencia y Eduardo recibieron a la Doctora en Filosofía y Directora del Observatorio de Género, Diana Maffía, el sociólogo Ernesto Meccia (autor de libros como La cuestión gay, Los últimos homosexuales) y el rector de la Facultad de Ciencias de la Familia de la Universidad Austral Carlos Camean Ariza.

Los nuevos modelos de familia, la llegada de los hijos y los proyectos individuales, los divorcios, las separaciones, el concubinato y la unión de hecho, las desigualdades y diferencias de géneros, los roles dentro de cada familia, los cuidados de los niños y de los ancianos, el código civil, el rol del Estado y muchos más temas referidos a la familia estarán presentes en este debate donde todos hablan, pero también todos se escuchan.

Mostrarnos solo como víctimas aumenta nuestra vulnerabilidad

Comparto con ustedes la entrevista realizada por el portal Diario Uno de Santa Fe.

«Mostrarnos solo como víctimas aumenta nuestra vulnerabilidad»

Diana Maffía estuvo en Santa Fe y analizó el problema de la violencia, los vagones exclusivos y los roles dentro del hogar.

La distribución equitativa de las tareas de cuidado dentro de la familia es una de las líneas claves, a criterio de Diana Maffía, para lograr que las mujeres puedan estar en igualdad de condiciones en el ámbito público. Pero además, la investigadora remarcó que el Estado debería tener un rol central en ese tema. La militante feminista estuvo en Santa Fe para dar una charla sobre construcción de la ciudadanía de las mujeres y la ciencia, en el marco de la campaña «Más Igualdad, mejor ciencia» de la Universidad Nacional del Litoral (UNL).
«Los mismos obstáculos que encontramos las mujeres para integrarnos en las universidades, en las academias y en los equipos de investigación científica, es la que encontramos para nuestra participación política, para el ejercicio de derecho y en la construcción de ciudadanía. Las cosas están interrelacionadas», explicó en diálogo con Diario UNO.
Y siguió: «El motivo por el cual las mujeres quedamos fuera de la ciudadanía y del ejercicio de derechos es porque las descripciones de lo femenino eran de algo inferior o incapaz. Y esas descripciones eran dadas por la ciencia, que decía que nuestros cerebros eran más livianos, nuestros cráneos más pequeños, y todavía dice algunas cosas como que nuestras hormonas o lateralización cerebral nos hace aptas o no para determinadas cosas. Era una ciencia construida por varones blancos que iban a decir que los demás son inferiores. Ver esa historia nos hace ver la profundidad de la discriminación y la vinculación que hay entre poder participar en la construcción de la ciencia y no hacerlo».
—El Conicet tuvo avances significativos en los últimos años en la generación de políticas que contemplan que las mujeres tienen una mayor carga en el cuidado de la familia y por lo tanto contemplan plazos especiales a la hora de concursar, por ejemplo. Pero ¿qué falta para lograr una mayor igualdad y que las mujeres ocupen más lugares de poder?
—Primero hay que decir que esas medidas se lograron porque había una mujer feminista en el directorio del Conicet, que es Dora Barrancos. Las feministas tenemos un eslogan que es «lo personal es político» y significa que las vidas personales están atravesadas por relaciones de poder, en la familia, la pareja y la maternidad, entre otros aspectos. Por ejemplo, que haya un límite en la edad de ingreso a la carrera de investigación afecta especialmente a las mujeres porque tienen que elegir entre sus proyectos de vida y familiares y sus carreras. Entonces, la institución se hace cargo de una política del cuidado y la reproducción diciendo explícitamente que hay cuerpos a los que le pasan otras cosas que a los de los hombres blancos adultos que formaban parte del Conicet los primeros 50 años. Yo creo que todavía tenemos que medir el impacto de esas acciones explícitas, pero pienso que son muy oportunas y necesarias. La políticas de cuidado son un núcleo muy importante para poder avanzar en equidad, en todos los ámbitos.
—En los últimos años, las mujeres lograron ocupar importantes lugares en el ámbito público pero aún queda la deuda dentro del hogar ¿Por qué es más difícil romper esa desigualdad?
—Eso se puede explicar con el mismo pensamiento patriarcal que valora lo público y desvaloriza lo privado. Si lo público es cosa de hombres y es valioso, las mujeres vamos a ser premiadas si logramos horadar esa barrera e ingresar a ese ámbito. Un varón que vaya de lo público a lo privado, donde las tareas están desvalorizadas y feminizadas, no va a encontrar reconocimiento sino, probablemente, burlas de otros varones o calificativos poco edificantes. De todas maneras, creo que hay algo en la cultura de la gente más joven, varones y mujeres, que explicitan la distribución equitativa de las tareas y las responsabilidades domésticas; y eso me parece saludable. Lo ideal sería que cada uno haga eso para lo cual tiene habilidad y gusto, y que se resuelvan colectivamente las cosas.
—¿El Estado puede aportar para lograr equidad hacia adentro del hogar?
—Es imprescindible pedirle al Estado políticas públicas vinculadas al cuidado. Hay un triple condicionamiento. Primero, las tareas reproductivas y de cuidado están feminizadas, cuando en realidad son responsabilidad de quienes conviven en un lugar. Segundo, están privatizadas, se piensa que la resolución de quien realiza esa tarea queda a criterio de cada familia y no es una parte de la responsabilidad pública responder con herramientas que permitan acompañar a un anciano, a una persona discapacitada o a un niño o niña. Esas son políticas que el Estado debe dar para el cuidado de la población. Y el tercer rasgo es que están mercantilizadas, porque si no nos hacemos cargo personalmente tenemos que contratar a alguien que lo haga. Entonces siempre va a ser una responsabilidad privada sin intervención del Estado. Eso no debe ocurrir porque no todo el mundo tiene capacidad para contratar y es muy común, sobre todo en la carrera científica, que muchas mujeres abandonen su carrera en el segundo hijo porque ya la capacidad económica para responder a las necesidades de cuidado no alcanza.
—Como contracara de esas medidas positivas aparecen también propuestas que generaron rechazo como la de los vagones exclusivos para mujeres, ¿qué opina de esas iniciativa?
—Seguramente estuvo hecho con buena intención pero a mí me parece que hay un equívoco muy grande. La idea de producir un vagón donde, en la hora pico, las mujeres no sean manoseadas o incomodadas como nos ha pasado a todas las mujeres. Entonces el proyecto de ley de Graciela Ocaña tenía el sentido de darle a las mujeres la posibilidad de ir en un vagón donde no hubiera varones para evitar el acoso. A mí me parece que no podemos darle a las mujeres el mensaje de que, para defenderse de los acosos, no debemos compartir ámbitos con los varones porque compartimos todos los espacios. ¿Si una mujer se sube a otro vagón es porque está accediendo a que la toqueteen? Las mujeres tenemos que viajar seguras en todos los medios y se nos deben dar esas condiciones de seguridad. La empresa de subte no está cumpliendo su obligación de aumentar la frecuencia y la cantidad de coches en horas pico. No se tiene que dar por sentado que el hacinamiento es una condición natural del viaje.
—¿Y en qué lugar deja ese tipo de propuestas a los varones?
—Está el problema de cuál es el concepto de varón que tenemos. ¿Todos ellos son acosadores en potencia? Vamos a estigmatizar a los varones pensando que cualquiera que quiera entrar a un vagón donde hay mujeres quiere acosarlas. Pero no es así. Luego hay un problema con las edades porque ¿a qué edad deja de ser un niño y empieza a ser un depredador sexual? Muchas veces se pone un límite de edad, por ejemplo los 14 años. ¿Entonces a los 14 años y un día ya depreda? Es un problema que da por sentada la naturalidad de un medio de transporte que no da respuesta a sus usuarios.
—¿Qué mensaje deja esa idea?
— Creo que es un proyecto desafortunado. La idea de que a las mujeres hay que segregarnos para estar seguras es la que nos conduce a pensar que el ámbito público no es nuestro, que no debemos andar por la calle porque a una mujer que violen en la calle le van a preguntar si estaba sola o cómo estaba vestida, señalando la situación en la que parece legítimo que un varón se apropie del cuerpo de una mujer. Y quedarnos en nuestra casa tampoco es seguro. Ya se sabe que el lugar de mayor riesgo para la integridad de las mujeres es su propia casa.
Impunidad
Maffía se refirió a las movilizaciones #NiUnaMenos y analizó: «Todavía no son visibles todas las formas de violencia. Cuando hay agresión física es que hay muchas otras formas de violencia que están tipificadas por la ley, que tienen una penalidad, pero se perciben como relaciones naturalizadas entre varones y mujeres. Entonces, muchas veces, no son denunciadas o son menospreciadas. (…) La idea de hablar de femicidio es hablar de una estructura política que sostiene impunes las múltiples formas de violencia hacia grupos vulnerables, en este caso las mujeres, y también deberíamos hablar de las mujeres trans asesinadas».
—¿Por qué siguen operando con tanta fuerza prejuicios como «viajaban solas» o «se encontró con alguien que conoció en Facebook» si se empieza a dar una mayor visibilización y rechazo a la violencia machista?
—Son prejuicios que están instalados en la mentalidad de comunicadores, jueces, policías y muchas instituciones que juzgan desde esos estereotipos. La cuestión de la violencia es de una gravedad enorme pero las mujeres no solo somos víctimas, también tenemos muchas potencialidades para soluciones. Entonces ponernos en visibilidad solo como víctimas de violencia aumenta la construcción de vulnerabilidad de las mujeres y la sensación de impunidad de los varones porque la mayoría de estas causas quedan impunes. Se difunde a la vez «las mujeres no pueden» y «los varones son impunes si realizan actos de violencia física o si asesinan».
—¿Cómo se puede aportar al cambio de paradigma?
—Un paradigma es un cambio cultural y, por lo tanto, tiene que ser en nuestra manera completa de percibir la vida. Si yo no valorizo la presencia de mujeres en instituciones, si tengo un gabinete de ministros que son en un 85 por ciento varones, si no le doy credibilidad a la palabra de una mujer cuando va a denunciar no puede haber un cambio profundo. Me parece que el cambio pasa por la capacidad de las mujeres de ver los problemas de otras mujeres como un tema de género, estructural, social y no individual. La violencia no es solo el problema de una persona con otra, es un tema político.